lapsus de conciencia

Luis Miguel Coloma

Me acuerdo de ti cuando veo unicornios... Será por la anomalía natural de su hermosura. O por la serenidad que me transmite su mirada. Tal vez, por la inverosímil elegancia de su inexistencia. Cabalgan por prados infinitos dejando que sus crines bailen al son del viento solar. La libertad brota generosa de sus poros, como una fuente eterna. Como la sabiduría intangible del Oráculo del Norte. Disfruto de su belleza con la intensidad que suscita lo efímero y trato de adivinar sus siluetas cuando las abraza la oscuridad de la noche. Igual que cuando miro tus ojos negros. Me asomo a ellos con el vértigo de quien se precipita a un abismo. No puedo estar mucho tiempo. Me devorarían. Sin embargo, no puedo resistirme y me suelto.

Navego a la deriva en la inmensa profundidad de tu mirada mientras mis manos acarician tu cabello azabache. Islas sobre tu piel blanca. Notas en un pentagrama de una melodía que emana de ti y que la luna susurra con voz dulce. Me abandono a disfrutar de ella. Observo que tus labios rosados se entreabren y brindan al aire una sonrisa. Hay momentos para los que las palabras no alcanzan. Sigo flotando en la noche sin tiempo con los dedos cruzados para que no amanezca. Siento que viajo por la Vía Láctea en una barca. Avanza al ritmo apacible del crujir de los remos y las pequeñas olitas que genera mi desplazamiento alteran el equilibrio del universo. Las miles de estrellas y galaxias que lo integran pasan a uno y otro lado para abrazarse luego de nuevo en la estela rizada que deja mi tránsito.

Me siento prendido de tu dedo por un finísimo hilo de seda. Soy tu juguete. Me cobijas entre tus manos y me acaricias como si fuera un ratoncito. Te veo como una cordillera enorme, pero sé que tus picos y tus laderas no son de roca. Estoy enteramente a tu merced pero no siento miedo. Percibo tu calor. Tu protección. Sentado sobre tu mano, te miro sin decir nada. Tú me sonríes, me mandas un beso y soplas como quien apaga una vela de cumpleaños. Sigo inmerso en tu sueño. En la ventana de consciencia que me permite compartir contigo estos eternos lapsus de silencio. Arropado en el aire que surgió de tu boca, salgo despedido y acompaño a las bandadas de pegasos que surcan el cielo como aves migratorias. Rozo con las palmas de mis manos la esponjosa superficie de las nubes. Contemplo desde arriba las verdes praderas y a los unicornios que pastan apaciblemente.

Sí. Esos que siempre me recuerdan a ti. Unicornios con sus crines de colores, su cuerno en la frente en forma de tornillo, su inmensa sabiduría y sus ojos negros. Siempre me sentí intensa e irremisiblemente atraído por la profundidad abisal de su mirada. Por la serenidad que transmiten. Porque la oscuridad de sus ojos me invita a evadirme de la inconsciencia circundante y disfrutar de la belleza sin las ataduras de las palabras. Ojos negros, grandes e insondables como los tuyos.