Bruma

Luis Miguel Coloma

De nuevo aquí, una fecha cualquiera de primavera o de otoño, tal vez. Estoy sentado, mirando al mar en este lugar solitario. Ajeno a mí mismo como el otro de un espejo. Hurgo en mis recuerdos tratando de entender cómo llegué, cuándo. Veo una carretera a través del cristal trasero de un coche y una casa que se aleja. Postes de madera, luz amarillenta y sombras alargadas que pasan rápido. Y el mar, siempre el mar, rugiendo al otro lado de la carretera. Oigo voces lejanas, risas de niños y el rumor de una radio encendida. Poco a poco las voces se pierden, las imágenes se disuelven y cae la noche. Sólo queda el mar con su rumor incesante.
Y así cada día. Inmerso en una nada material que puedo tocar. La oscuridad se desliza entre mis dedos. Ya no me da miedo. No lloro ni me escondo. Tiene ese frescor salino y aquel olor tan rico a bajamar de cuando niño. A veces veo sábanas blancas tendidas al viento y el perro del vecino les ladra. Y veo una maleta.
De nuevo estoy sentado frente al mar. No hay nadie. Las ventanas de la casa de la playa están abiertas. Huele a café recién hecho. El viento mueve las cortinas y su silbido me relaja. Me dirijo hacia la playa. Cruzo el césped maltrecho, bajo las escaleras de madera celeste y camino. Camino hasta perderme en la oscuridad. Pero estoy sentado en el mismo lugar, en el confort frío que puede ofrecer un pequeño muro de piedra. Siempre mirando al mar sin verlo.
A veces me alcanza el alba. Adivino a un lado del horizonte la silueta de una montaña y, a lo lejos, una roca vertical enorme que desafía a las olas. Esos días, la niebla confunde a la noche y la luz dibuja formas que yo había jugado a adivinar y se entremezclan con mis recuerdos. De nuevo la oscuridad me envuelve con su textura arenosa y su frescor salino.
En mis percepciones el tiempo camina despreocupado y no deja huellas por no molestar. Cuento mis días como envoltorios de caramelos de una colección. Tengo en algún lugar un álbum de abrazos desmoronados, un baúl lleno de risas y muchos rostros queridos que se diluyen en el aire. Y una puerta en medio de la nada de la que perdí la llave. Quizás la tiré al mar.
Amanece pero sigo aquí. Hoy no me devoró la oscuridad. En la neblina de la mañana alcanzo a ver la espuma de las olas. Siento el frescor del salitre y el viento mueve mi cabello. Una silueta camina hacia mí desde la orilla. Se acerca y me tiende la mano. No puedo ver su rostro, pero la tomo y me voy con ella.

 

TEXTO Y FOTO: Luis Miguel Coloma http://islaflipica.blogspot.com