Como el silencio…
Agazapado entre las palabras y las notas musicales. Entre las ráfagas de viento, disfrazado de vacío, juega a ser el hombre invisible pero sabe que jamás podrá alcanzar la grandeza de la nada absoluta. ¿De qué color es? ¿negro como la noche, tal vez?. No, porque al igual que esta no está exenta de luz, el silencio es mucho más que la ausencia de sonido. Es un espacio, una dimensión en la que habitan las respuestas más esperadas, esas que nunca recibimos. Un espacio carente de tiempo o un tiempo que reside en un no-lugar. Aunque tal vez sólo pasa por allí de vez en cuando, de retiro vacacional…
Mientras, se desliza sigilosamente como el humo por nuestras mentes. Nos tortura con llamadas que no llegan, con llantos que no acaban de surgir… Y se ha especializado en devorar ‘te quieros’. Sí, le encantan… primero los endulza con sutiles miradas, los adereza con un puntito picante de sensualidad… y cuando alguna de las partes lo espera como la guinda del pastel… llega él, el silencio, y lo envuelve como una sombra hasta tragárselo como un agujero negro del espacio.
Y tal vez sea esta su verdadera naturaleza. La de una materia tan densa que no permita nada más en su camino. Por eso se nos forma un nudo en la garganta cuando tratamos de pronunciar unas palabras que le pertenecen. Son palabras prisioneras. Por eso a tanta gente le da miedo. Porque lo confunden con la oscuridad, o porque ya lo han mirado a los ojos. Lo han visto en el fondo de un vaso de whisky o de una taza de café. Unos lo llaman soledad. Otros, remordimiento, desesperación, odio, rencor..., olvido. Los hay que ya saben que está en cada uno de nosotros. Por eso buscan permanentemente ruido y distracciones que le disuadan de mirar hacia adentro. Muchas veces nos da miedo asomarnos a ese espejo interior. A vernos reflejados en la superficie del agua de ese pozo que somos. O igual a la posibilidad de que no alcancemos a vernos.
El silencio es mucho más que la ausencia de ruido. Mucho más que la oscuridad. Es paz. Es inspiración… es plenitud. Es, como decía, una dimensión en la que navegan juntas las preguntas y las respuestas. Un mar que se puede beber, que se puede tocar y sentir. Es un instante que se le escapó al reloj, por eso no se puede medir.
Pero es cuando llegas a entender su idioma que te das cuenta de su auténtico poder. Como si el universo te hubiera dotado del don de hablar el lenguaje de la naturaleza. Tu sensibilidad se potencia y se expande. Y eres capaz de percibir, de sentir sin tener que definir, ni precisar, ni traducir en palabras. Te basta con una mirada. Entonces, sólo entonces, sí podrás escuchar. Porque el silencio es en realidad el idioma que hablan todos los seres que no pronuncian sonidos. El aire, el agua, las piedras, las plantas, la tierra, la noche, las nubes, las estrellas… ¿te imaginas las cosas que te podrían contar?