La línea del horizonte
Territorio del abismo. Cascada del fin del mundo donde acaba lo terrenal y conocido. Temida y anhelada como amanecer. Como calma en noche de tormenta. Qué tendrá que tanto fascina, y deja absorto como la contemplación del fuego. Separa el mar del cielo o…, en realidad los une. Lo visible con lo oculto. Lo real y lo onírico. Es como una bisagra sobre la que se doblan dos superficies. Que las pone en contacto o que las contrapone. O que disuelve sus diferencias en cada anochecer.
Mucho más que dos pliegues. Más que arriba y abajo. Desconcertante simetría, tanto como ilusoria. Avanza tu visión, sobrevolando bajito y acariciando la espuma de las olas como el albatros. Busca sin fortuna el punto de convergencia hasta que cae en la cuenta de que la observación de esa bidimensionalidad no es más que un reflejo interior. Es la delgada línea roja que reside en cada uno de nosotros y que separa el bien del mal. Nuestras luces y nuestro lado tenebroso. Qué importa de qué lado cae cada uno. Lo importante es saber en cuál se está y en cuál se quiere estar.
Tal vez es por esto que abstrae tanto la contemplación del mar, o del desierto, o las grandes llanuras. En la búsqueda de sus límites, uno bucea en el consciente y en el inconsciente para hallar los propios. Es una contemplación exterior y una observación interior. Se buscan la paz y el silencio necesarios para la introspección. Viaje placentero o tránsito tortuoso y hostil. ¿Qué buscas…? ¿Qué esperas encontrar?
¿Qué hay al otro lado de la delgada línea del horizonte? Puede que vivan allí tus sueños y tus esperanzas. Añoranzas, paisajes y rostros. Amores y rencores. Deseos y recuerdos. Tal vez al otro lado exista otro mundo completo. Otra dimensión del espacio y del tiempo. El pasado, el futuro. La isla de San Borondón que hay en cada persona. La Tierra Prometida… Inmensos paisajes verticales, gentes etéreas, ballenas que flotan como globos de Helio y dragones sonrientes. La Atlántida. El no-lugar donde habitan los que fueron y los que esperan a ser.
Habita en la línea del horizonte la esencia misma de la frontera, que es límite y es reto. La invitación a vivir que te da cada amanecer. La certeza de la propia insignificancia ante el infinito. El misterio de lo que se sabe inalcanzable…