COCINA

SAÚL GARCÍA
Hace un tiempo entró en la cocina, aún no sé cómo, un pelador profesional, de esos que anuncian en la teletienda y que, según la definición de la wikipedia, sirve para “pelar verduras con piel dura capaces de ser laminadas”. La cuestión es que, contra todo pronóstico, el aparato es útil y acorta el proceso de desnudar zanahorias, calabacines, batatas, papas y demás inventos de la Naturaleza. No solo eso. El pelador tiene otras virtudes: es relajante si uno se concentra en el acto en sí y permite que la mente navegue sola, de forma caprichosa. Intuyo que debe ser esa la razón por la que me ocurre lo que me ocurre: en cada una de las papas que pelo aparece dibujado el mapa de Fuerteventura en la silueta que deja el corte.
Es un fenómeno que ya sería difícil de comprender si la silueta fuera la de Lanzarote, donde vivo hace diez años, pero los límites de la piel marcan claramente la Península de Jandía, la costa de Corralejo y las playas de El Cotillo, así que el hecho se vuelve aún más incomprensible. En un breve intento por apaciguar mi ignorancia recordé el llamado síndrome de la isla, por si a él podía deberse esa imagen recurrente. El síndrome de la isla, por si no han oído hablar de él, es ese por el que solo se interesan aquellos que nunca han vivido en una isla para saber cómo es posible aguantar vivo y cuerdo sabiendo que el mar rodea tus expectativas de escape. En mi investigación a través de google averigüé que en psicología se llama síndrome de la isla al miedo al compromiso, así que descarté esta opción, que finalmente no me sirvió para conocerme a mí mismo pero que me dio pie a pensar sobre cuáles son realmente los límites de las islas. Y esta fue mi reflexión.
Según el mapa que se esconde en la guantera del coche, los límites están claros, y no me refiero a las carreteras sino al contorno que dibuja la costa. El diccionario es aún más claro. Una isla es una porción de tierra rodeada de agua por todas sus partes. Afortunadamente, lo tangible sigue guardando más matices que aquellos que aportan un diccionario y un mapa, que son los reyes de la representación. Demos, pues, un paso más allá y abordemos esos matices por exceso. Hay una definición, no académica, de archipiélago, que reconoce implícitamente que los límites van más allá. Es esa que considera que un archipiélago es un conjunto de islas unidas por aquello que las separa (el mar). Y vayamos más allá, a la inclusión de los seres vivos que habitan en ella como parte indispensable de la Isla. Lo dice la Unesco y su red de reservas de la biosfera. Así pues, hemos dado un salto cualitativo que nos abre las puertas de lo inmaterial y, en buena lógica, habrá que reconocer que la isla no sólo se extenderá tan lejos como se halle el más lejano de sus habitantes sino que también se expandirá allá donde llegue la mente de cada uno de los que se encuentran dentro. 
Y estarán de acuerdo conmigo en que en estos cuatro sencillos pasos hemos descubierto los límites. ¿Quieren un ejemplo? Seguro que les suena: “¿Dónde vas a ir si aquí se está mejor que en ningún sitio?”. Ya ven de lo que les hablo. Ahora bien, les confieso que una cosa es la teoría y otra la práctica. No se pueden imaginar lo difícil que resulta pelar una papa y reconocer, con detalle, el contorno de la Galaxia de Andrómeda.