Edad

PEPA GLEZ
Hace unos días tuve una extraña realidad frente a mi espejo. Yo misma. La imagen de una mujer próxima a los cuarenta que marcaba alguna que otra arruga nueva o por lo menos, nunca vista. Vi reflejada una adulta distinta y por diferente, incluso desconocida. 
Distante, inédita, ignorada hasta ese justo segundo. Una hembra madura. Una fémina que había ido gestándose, de dentro hacia fuera, durante treinta y tantos años. Alguien que ahora, en ese instante de verdad, aparecía para dejarse ver y saludar ante unos ojos que observaban atónitos.
Era mi rostro pero visto desde atrás, y digo desde la parte posterior porque siempre imaginé que me miraba de frente, desde una posición de preferencia y no desde una perspectiva trasera. Como si mis ojos visualizaran desde un rincón de la habitación aquella figura frente a la superficie reflectante. En ese momento entendí que hacía tiempo que no me miraba. Muchos meses sin repasar la silueta que se personaba ahora. Me observaba desde delante y siempre en busca de lo concreto: ojos; pelo; cara; barbilla; cuello zona izquierda; oreja derecha área superior. Jamás en busca del conjunto.
 
De pronto me descubrí cuarentona. Tres arrugas bien trazadas y con visos de ser perpetuas en una frente más que despejada. Párpados que no se ven frescos ni lisos sino todo lo contrario. Dos líneas en arco a cada lado de unos labios con poco grosor. Un cuello aún joven sobre una base algo plegada, gracias a la última insolación en La Graciosa. Un lunar que se deja ver más ahora que antes. Unos ojos bordeados de pequeñísimas líneas otorgándome un retrato ocular afable.
Una persona ajena. Eso es lo que apareció ante mí la otra tarde. Otra a la que nunca hubiese reconocido si me la presentaran con mi nombre. Otra y en realidad, la misma. Descubierta y ajada. Reconocida y ajada. Mismo color de ojos pero ajada. Por fin me tropecé ante aquel espejo conmigo misma y sentí que esta nueva yo me gustaba. Se identificaba con mucho de lo que llevo por dentro. Esta persona se reía más que la otra. Disfrutaba más que la anterior. Banalizaba mucho más que la lozana. 
La nueva estampa, aunque algo marchitada, era más mi estampa. Era realmente yo. Y desde mi nueva presencia me congratulo a mí misma por este descomunal hallazgo.
Hace unos días tuve una extraña realidad frente a mi espejo. Yo misma, ajada y feliz.