Duende

Luis Miguel Coloma

Como una roca en la playa, espero inmutable la caricia de las olas. Siento la marea meciéndome. Espuma blanca sobre arena negra. Inversa como la escritura de mis sueños. Bella y perecedera como la noche. Escasa siempre para tanta sed.
Testigo impávido del amanecer, pulso con mi imaginación las cuerdas del viento. Veo cómo arrastra el jable y también las horas. Solitario, espero recostado en el espejo frío de la marea. A que tú me sientas. A que tus manos transformen mi naturaleza en fluido y generen belleza. Al besarme tus labios, emergen del suelo cien mil mariposas y vuelan hasta posarse en la línea del horizonte. Juntos, en un columpio suspendido del cielo, pintamos el aire de colores.
Estructuras efímeras se desvanecen en tu mente. Castillos de arena, dunas galopantes. Trozo de red abandonada incapaz de atrapar los secretos y la madrugada derramándose entre tus dedos. Agua en una jaula. Tiempo en un cofre. Silueta de tu último naufragio y las sombras de tus sueños. Hojas en blanco danzan amenazantes a tu alrededor. La belleza es siempre un desafío enorme para quien no se conforma con contemplarla.
Ante tus ojos, una piedra cualquiera. Estoy aquí. cumbre tímida de una montaña gigantesca. Invisible ante la ofuscación y la prisa. Fresca, transparente, siempre estuve aquí. Esperándote a ti, desde el nacimiento de los días. No me busques. Encuéntrame.
Tantas almas ante mis ojos como granos de sal contiene el mar. Me ignoraron. Ni me vieron. Algunos tropezaron. Los más, pasaron de largo. No me importa. Un día llegarás tú. Con los ojos cerrados, me verás. Esta vez será verdad. Atrás quedan espejismos y destellos. Luces fugaces y arcoíris apagados. Miedos, dudas. Sabrás que me has encontrado cuando te atrevas a rasgar el silencio.

 

Fotografía: Jeziel Martín