LEYENDAS Y CREENCIAS MARINAS

Los fenómenos que se desarrollan en el océano, tanto los de origen físico–químico como biológico, siempre han estimulado la imaginación de los hombres, y en todas las latitudes y épocas han sido motivo de las interpretaciones más fantásticas. De ahí la multiplicidad, y a menudo la contradicción, de las leyendas y creencias marinas. 

Desde tiempos remotos, el mar ha sido un lugar misterioso, insondable y desconocido para la humanidad. La historia antigua afirmaba que la extensión del mar era tan inmensa que llegaba hasta el lejano país de los muertos, y que estaba habitada por criaturas terroríficas y monstruosas. 
No es mucho lo que conoce la ciencia contemporánea acerca de los habitantes del océano. La gran diversidad en forma y tamaño de los seres marinos ha permitido crear toda clase de historias y leyendas sobre monstruos, las cuales han dado origen a un sinnúmero de fantasías. 
La vida en el mar nos depara, aún hoy, sorpresas y narraciones fantásticas que sólo comienzan a descifrarse mediante la investigación sistemática del océano. 
El hombre siempre ha considerado que la inmensidad del mar está poblada por una fauna de fantasía. Los “monstruos legendarios” nacen entonces al calor del temor o de una imaginación desbordada ante tantas maravillas que los ojos humanos pueden contemplar en el océano. 
Como señalan algunos científicos, “los griegos llenaron al Mare Nostrum de las más variadas criaturas. Monstruos y deidades formaban la más animada población de las aguas del mar. Nereidas, oceánidas y gorgonas, en formación con sirenas y tritones, constituyen el brillante desfile, que da su mayor esplendor a la corte de Poseidón y Anfitrite”. 
Uno de los mitos griegos más bellos es el de las sirenas, en el que se conjuga la mujer y el mar, dos elementos que desde tiempos inmemoriales son motivo de alabanzas y leyendas para el hombre. 
Según la mitología griega, las sirenas eran las hijas de Calíope y de Aqueleo, compañeras de Proserpina y víctimas del furor de Ceres, quien las transformó precisamente en monstruos marinos en virtud de que no opusieron resistencia al rapto de aquella. Estas mujeres oceánicas poseían los más dulces y terribles atributos femeninos: la belleza y la crueldad, o el amor y la perdición. 
Estas mujeres–pez son una constante mitológica de todos los pueblos marítimos, y su forma ha ido cambiando a lo largo del tiempo. Para Ovidio, esas desdichadas criaturas que fueron a esconder sus monstruosos cuerpos en unas rocas situadas entre Capri e Italia eran aves de plumaje rojizo con cara de virgen. Apolonio de Rodas aseguraba que tenían busto de mujer y cuerpo de ave marina. 
La historia de las sirenas griegas, sin saber cómo, se transformó en la de pez–mujer u ondina con cola de pescado y esbelto cuerpo femenino. Tirso de Molina las describe así: “la mitad mujeres y peces la mitad.” 
En el gran poema épico La Odisea, del poeta griego Homero (siglo IX a. C.), obra monumental de la antigüedad clásica, se narran las aventuras de Ulises y sus hombres ante las terribles y maléficas sirenas, cuyo canto fascinaba a cuantos lo oían. “Aquel que imprudentemente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a ver a su esposa ni a sus hijos [...] al ser hechizados por las sirenas con el sonoro canto, sentadas en una pradera y teniendo a su alrededor enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo.” 
Este hechizo fue burlado por Ulises, quien, por consejo de Circe, tapó con cera los oídos de los remeros, mientras él se hacía atar de pies y manos del mástil para resistir el efecto fascinador del canto de las sirenas, quienes, para tentarlo, le ofrecieron el conocimiento de todas las cosas. Después de haber sido burladas por Ulises, las sirenas se precipitaron en el mar para convertirse en peñascos. Aún hoy se les conoce con el nombre de siremusas. 
La leyenda de las sirenas se popularizó rápidamente; se extendió por toda Europa y llegó incluso a territorios muy alejados, como la India, Rusia y Japón, pasando después a América. Algunas de las historias las representaban crueles, como la de Ulises, y otras las describían dulces y amorosas, como en el caso de Ondina, que según el relato apareció en la costa de Francia. 
Como se ve, el mito se ha extendido en el tiempo y en el espacio. La sirena, ambigua deidad del mar, es dueña del horror de la muerte, pero también de un incansable amor. 
Muchos hombres del mar tienen aún la esperanza de encontrar algún día una sirena, a pesar de que la ciencia haya demostrado la inexistencia de las mismas.