PINOCCHIO Y LA BALLENA
Los años pasan para todos, para unos mejor que para otros. Para Pinocchio, a pesar de ser ya un adulto de cuarenta y cinco años, su rostro de madera seguía aniñado, eso sí, tras mucha lija y barniz para mantenerse en las mismas condiciones en las que su padre le había creado.
Pinocchio había mantenido una vida discreta y solitaria desde la muerte de Geppetto. No hacía apenas vida social y, si preguntabas a alguien en su aldea de la Toscana, no eran muchos los que te pudieran contar a qué se dedicaba el que en su día fue un famoso muñeco de madera. Es más, algunos llegaron a pensar que había sido un cuento con final feliz.
Lo que realmente hacía Pinocchio, y nadie intuía, era planear una venganza. Su rencor le llevó a obsesionarse con matar a la ballena que muchos años atrás había engullido a su padre primero, y luego a él mismo cuando fue a rescatarlo.
Pinocchio siempre tuvo claro que matar al monstruo serviría de terapia para terminar con las pesadillas que cada noche le atormentaban.
Fue una mañana de octubre, cuando los amarillos más rabiosamente teñían las copas de los árboles y algunas de sus hojas tapizaban ya el bosque, cuando decidió que estaba preparado para salir y dar caza al Monstruo. Esa mañana salió dispuesto a alcanzar la costa antes de que el sol dejara de iluminar el camino y a su regreso, vivir por siempre como cualquier niño.
Al llegar a la costa, embarcó en aquella pequeña barcaza con tantos años como él, y se adentró en el mar Tirreno sabiendo que el cetáceo aparecería enseguida y lo reconocería por su característica mancha con forma de estrella que tenía en la cabeza. No obstante, ese mar no era un mar de ballenas por lo que el Monstruo era uno solo, el único quizás.
Y era cierto, apenas unas millas mar adentro, avistó un chorro de agua que sobresalía de lo que a lo lejos parecía un montículo de arena. Su objetivo estaría pronto a su alcance.
Cerca de ella, le gritó antes de dispararle con el arpón, y el Monstruo apenas se inmutó, mirándole sin entusiasmo. Sintiéndose insultado por ello, Pinocchio golpeaba con el remo el agua. La ballena levantó la cabeza, parecía que sonreía. Él volvió a disparar nuevamente errando el tiro.
Tú mataste a mi padre, Monstruo. Pagarás por ello —le gritó Pinocchio. En ese momento, su nariz comenzó a crecer y él mismo se dio cuenta que estaba carcomida por las termitas. Tu padre no murió en mi barriga, listo. ¡Murió de viejo! —le contestó la ballena marchándose tranquila.
Pinocchio se sentó triste en la barca y recordó las palabras de su padre Geppetto: “Nada dura para siempre”.
Quizás esté cerca el final del cuento de Pinocchio pero no seré yo quien lo escriba.