EL MAR SECO
Que los mares habían ocupado otros terrenos y después habían desaparecido ya lo sabía, pero no lo dedujo hasta más tarde, cuando sus propios ojos lo vieron y las investigaciones dieron el fruto y la solución a lo que en aquellas vacaciones tardías había descubierto.
Daniel eligió la montaña en lugar de la playa. Siempre lo hacía así, un año mar, otro campo. Le gustaban las dos cosas.
Uno de los días que salió temprano de excursión, decidió subir a una zona escarpada que le indicaba el mapa para llegar a lo que llamaban “el mar del sosiego”, zona inhóspita, sin apenas vegetación y totalmente deshabitada.
La subida no fue tan dura para él, era bastante atlético y tenía muchos kilómetros a sus espaldas. Además, un riachuelo serpenteaba durante la primera parte del recorrido, por lo que además de beber agua fresca, se iba mojando la cabeza para refrescarse.
A media mañana y sin apenas sufrir un corte –tan solo una piedra en forma de cuña le arañó un gemelo— había subido a la cima, y la panorámica era maravillosa a la par que desconcertante, verde y arbolada por un lado, arenosa y desértica por el otro.
La bajada por el lateral contrario se presentaba más complicada de lo esperado por la cantidad de tierra que había, haciendo que sus pies resbalaran constantemente.
Algo llamó su atención. En la ladera, según bajaba, la erosión le resultaba desconocida. No parecía que fuera el viento el que redondeara los márgenes. O tal vez sí. Pero al mismo tiempo, pequeños fósiles marinos en forma de caracol se esparcían por toda aquella bajada a más de setecientos metros de altitud. Según continuaba el camino de bajada, un enorme manto de fósiles, mayormente corales y conchas, se esparcía durante kilómetros.
¿Cómo era posible que eso antes fuera mar y que este se hubiera retirado más de cuatrocientos kilómetros?
Así le pareció y así lo investigaría a su regreso.
Y cierto fue que, tras leer e informarse de la zona, diez millones de años atrás, toda aquella porción de tierra, incluidas montañas, estuvo sumergida bajo las aguas de un antiguo mar y apenas emergían algunos de los picos que en la actualidad se levantan en forma de altas montañas. Ese ambiente marino configuró una tierra ahora plagada de fósiles.
Daniel pensó que este año había ido de vacaciones a la montaña en lugar de a la playa, pero no fue del todo cierto. Es verdad que no disfrutó de ningún chapuzón ni escuchó el choque de las olas en la orilla. Pero su estancia en la montaña le deparó la sorpresa de estar dentro de un mar seco, un mar que antaño llenó de agua y vida marina esa tierra tan separada hoy de la costa. El próximo año sin duda pensaría muy mucho su destino.