Universos paralelos
Existo y al mismo tiempo no. Como estar de pie a uno y otro lado de un espejo, siempre en una vivencia perpendicular a la verticalidad consciente del resto de la gente y paralelo a la superficie del mundo. Peleado como el día y la noche, en un mismo instante soy y no soy. Juego al escondite con mi propia entidad, como el gato de Schrödinger. Y en esta divertida dicotomía transcurren mis horas y mis días.
Una angustia divertida. Un dolor sonriente. Camino por un sendero infinito flanqueado por troncos de árboles secos. El rumor de olas lejanas me anima a acelerar el paso, pero ellas me copian el ritmo y se alejan en la misma medida. También se detienen cuando yo lo hago y así siempre. Siempre… Tal vez en realidad el camino sea un círculo enorme. Pero… ¿Y las olas? ¿Por qué se alejan cuando ansío alcanzarlas? Sigo caminando. Alguna vez se cansarán de huir o yo de perseguirlas.
Cuando llueve, asciendo a los cielos y camino durante horas sobre las nubes. Me fascina poder ver el sol cuando nadie puede y también disfrutar de un paisaje tan solitario como infinito. Tan grandioso como inverosímil. Cuando me canso, paso al otro lado y me siento un rato, cabeza abajo. Es divertido porque para mí llueve hacia arriba. Veo a la gente en la ciudad correr a resguardarse mientras sacan y abren torpes sus paraguas. Todos iguales, por cierto. Qué bueno cuando descubro alguno amarillo, rojo, violeta, verde. Me pregunto si alguno de ellos cubre a otro gato de Schrödinger como yo.
Me encantan las playas remotas pero, al mismo tiempo, siento una fascinación prohibida por la gente. Sí, las personas en su individualidad, dentro del murmullo masivo y permanente de una ciudad. La diversidad uniformada por el asfalto y las prisas. Huyen a la vez de la noche y del día. Quieren lograr la cabriola de ser únicos y poder hacer como todo el mundo. Ir a donde todo el mundo. Vestir como todo el mundo. De pie a la vez a uno y otro lado de la frontera, mirándose a sí mismos atrapados y a salvo. Triunfadores y fracasados.
Y entre medio siempre una línea que separa. Pero una línea si la miras frente a frente, a los ojos, se convierte en un punto que, indefenso y asustado, cae al suelo y rueda hasta detenerse. ¿Y una pared? Pues más o menos igual. Vista desde arriba o desde abajo, se convierte en una línea y, ya vieron, mirándola a los ojos acaba delatándose como un simple punto venido arriba de puro asustado.
Es agotador pero fascinante aunque no deja de ser dolorosamente divertida esta realidad cuántica de ser y a la vez no ser. Quizás es algo reservado sólo a gatos, por su sabia indolencia selectiva. Mientras, duermo. Ingrávido e inconsciente, no siento el dolor ni el tiempo. Sólo viajo y sigo durmiendo. Igual me equivoqué y lo que yo en realidad quería es ser gato.
Ilustración: Bruno Chiarenza