Hibernación
Respiro hondo. Cada vez más profundo. Cada vez más lento. El aire se espesa, la vida se ralentiza. El vacío se estira entre cada latido hasta alcanzar el nivel mínimo, básico, esencial del ser. Soy una vibración. Unidad absoluta de presencia, de existencia. Toda mi energía concentrada apenas genera círculos en el agua. Perturba levemente su tensión superficial pero alcanza para crear belleza. Colores y formas se abrazan y bailan sobre la piel líquida.
Un manto de frío cubre mi consciencia y todo mi ser se concentra en una frecuencia que me identifica y me distingue. Inmerso en una muerte latente, en una vida latente. Suspendido temporalmente en el útero de la tierra. En el silencio absoluto el tiempo se reblandece hasta volverse líquido. Apenas un latido lejano perturba la quietud absoluta de esa cueva en la que sólo algunas gotas acompañan el ritmo débil que me ata a la vida.
En esta noche boreal mi consciencia duerme y mi ser esencial despierta. Sale de mí y se eleva para interactuar con la energía primigenia. Adquiero una nueva dimensión. Etérea, inmaterial. Puedo tocar con las puntas de los dedos las fuerzas de la naturaleza. Siento en mis pies el cosquilleo del micelio infinito por el que circulan las palabras de árboles y plantas. Las lágrimas del viento erizan mi piel y mi letargo se vuelve aún más profundo. Aún más lejano.
Varios amaneceres separan ya los latidos de mi corazón. La cadencia de mi vibración esencial trasciende al origen mismo de la Tierra y se adentra en la noche densa y eterna del espacio. Las percepciones se desvanecen, los colores palidecen, todo tiende a la transparencia para después desaparecer, pero la vibración persiste. Trasciende al invierno, a la noche, al sueño y al cuerpo. La vibración es génesis y es semilla. Es mi ser.