Código binario

Luis Miguel Coloma

Anoche soñé que soñaba por última vez. Y al despertar me di cuenta de que esto también podría no volver a ocurrir. Todo lo demás se ha reducido a una sucesión de automatismos hiperperfilados en pos de la máxima eficiencia. Acaba el día y el sistema entra en modalidad letargo sin nada reseñable que destacar. Los subrayadores hace tiempo que se extinguieron y las gomas de borrar, también.
Tal vez hoy sueñe o quizás no. Lo más seguro es que sólo me alcance para rumiar mi cadencia de movimientos y dilucidar si fui lo suficientemente rentable o si me estoy volviendo susceptible de ser reciclado, en carne de punto limpio. Soy la partitura de un programa informático en 3D. Mecanismos, movimientos, órdenes, interacción con otros mecanismos y, nuevamente, letargo. Análisis, aplicación de rectificaciones y, de nuevo, actividad. Todo automatizado. En cadena. Como un eslabón silencioso, ordenado…, obediente.
Vivo en morse. Camino sobre un teclado que sólo tiene sonidos y silencios. Luz y oscuridad. Del todo a la nada absolutos. Todo el tiempo. Sin un resquicio para pensar, para sentir. Sin nada que valga la pena recordar. Dudo de mi propia existencia. Me siento un ser virtual tridimensional, manejado a su antojo por cualquier psicópata distópico de cuarta generación desde algún ordenador cuántico en una oscura habitación sin ventanas, con el aire viciado y humedades en las paredes. Y llegas a envidiar al moho de las paredes porque, al menos, sabe qué es. A mí ya no me da tiempo de pensar en quién o qué soy. Una mínima pausa desajusta la simetría perfecta de la metavida.
Sin embargo, encuentro un halo de esperanza en echar de menos lo que, sospecho, hay, podría haber o debería haber entre encendidos y apagados. Entre sonidos y silencios. Tengo vocación de virus. Necesito salir del engranaje. No sé si me alcanzarán las fuerzas para generar un despertar en otros pero, detectado el estado de consciencia latente, siento que estoy despertando. Vuelvo a recordar la belleza de las transiciones en amaneceres y puestas de sol. Doy fe y constato que entre ola y ola sigue habiendo agua, que entre estar en un lugar y después en otro hay un desplazamiento; que es necesaria la oscuridad para ver las estrellas y que en la luz las realidades generan sombras.
En la microfracción de segundo que hay entre el ser y el no ser cabe la duda. Y la duda es el motor de la existencia.

 

Foto: LM Coloma