Nº 42

Basajaun es como se conoce en euskera al señor del bosque. Un hombre salvaje de prodigiosa talla y colosal fuerza. Desde tiempos inmemoriales protege los bosques y montes de Euskal Herria. 

Este señor de apariencia semi−humana, cubierto de larga pelambrera y poseedor de importantes conocimientos en agricultura y herrería, es el auténtico custodio y garante de la conservación de estos espacios naturales y de la riqueza cultural que estos albergan.

Yo, como cada año, regreso, y respetuosamente me adentro en el bosque.

Siempre que vuelvo a la montaña me invade un sentimiento de culpabilidad por haberme ausentado durante tanto tiempo. Sin saber muy bien por qué, me detengo, me disculpo y continuo el camino.
Quizás la magia de regresar al lugar que amas es que siempre te esperan, todos te están esperando.
La anciana bruma, serena, me recibe afectuosamente. Unas hojas tapizan el suelo, amortiguando amablemente mi pisada. El musgo que reviste un majestuoso roble condensa mil lágrimas puras que aguardan pacientemente mi visita. Una frágil rama se refugia titubeante sobre la piedra de un arroyo evitando ser arrastrada por la corriente... me espera. Entre tanto, el viento juguetea entre los verdes helechos, susurrando y cotilleando a mi paso. Las enormes rocas milenarias, aquejadas por la humedad y la artrosis, apenas logran saludarme. En cambio los pájaros, con timbre frenético, lo hacen alegremente presidiendo las copas de los árboles. Una sombra zigzaguea perdiéndose entre la bruma y mi imaginación la persigue. 
Poco a poco, las gotas que anteceden a la tormenta comienzan a barnizar el paisaje. 
Sin previo aviso la luz escapa ante la presencia gris de una nube, que sin contemplaciones, deja caer toda el agua que porta en su vientre. En ese momento tu mejor refugio es la humildad. Los estruendos y descargas eléctricas que proyectan los cielos retumbando por los valles te recuerdan quién eres, y tú, acobardando los párpados, temeroso, te cobijas bajo un árbol. Con la cabeza gacha, sientes como las gotas se precipitan al vacío por el extremo de tu nariz... entonces elevas la cara para observar con respeto la supremacía del cielo. Esa orgía sensorial te invade y el olor a tierra embriagada penetra por tu nariz dejando un profundo sabor de nostalgia en boca.

¿Regresaré algún día para quedarme?... Algún día regresaré para quedarme.

De repente la lluvia cesa, y un rayo de luz logra atravesar la coraza del bosque, tallando frente a mí un busto iluminado. Lo que segundos antes era un solitario tocón, el resto de un árbol talado, ahora es.... Yo tiritando pregunto:

− ¿Ba...Ba...Basajaun?

No me contesta, no habla, no se mueve. Parece decepcionado.
Su mirada recuerda los ojos de quien contempla desolado la ceniza de un hermano, las cenizas de otro bosque, en un lugar lejano. 
Observo su rostro hasta que una sombra me lo arrebata.
Pero antes consigo capturar una imagen, para mostrarla a quien quiera escuchar mi historia, a quien quiera entenderla.

Yo no hice la comunión porque mis padres los domingos me llevaban al monte. En la montaña, las religiones son leyendas.