mar negro

Félix Hormiga

Cuando Javier se acercó a la orilla el mar estaba oscuro, en pleno día, y ningún ojo era capaz de ver el fondo; inmóvil, el mar, era como una crema negra y mate, incapaz de reflejar el rostro de quien lo mirara; un enorme, infinito, trozo de regaliz oscuro como el alma del diablo. A veces, dependiendo de alguna corriente profunda parecía moverse algo en aquel puré de carbón, algo que, sin embargo, desprendía una luminosidad con tonos verdes o violetas, pero muy tenues, como un recuerdo impreciso.
Javier miró hacia el cielo y se sorprendió de lo radiante que se mostraba, azul celeste con algunas nubes más blancas que nunca, pequeñas como ovejas de un rebaño disperso, solo presentes para dar mayor protagonismo al azul.
Todo estaba en orden: las casas nacaradas, los colores de sus ventanas y puertas precisos, como un muestrario de pantone; cada detalle del perfilado urbano con su protector daimon. Todo en orden, menos el mar, que cada vez cobraba más sensación de solidez, hasta el punto de aparentar que se podía caminar sobre él como sobre una carretera asfaltada.
Javier pensó, con humor, “este sí que se podría llamar el Mar Negro”. Miró alrededor y vio que alguien se acercaba, lo reconoció al instante, era el personaje más ruin y canalla de la isla, malo como carne pescuezo. Saludó a Javier alzando la mano y este contestó de la misma manera, porque una cosa es saber que el jodido es bicho malo y otra ignorar que se vive en una isla y, quiérase o no, el personaje, seguro que es amigo de un primo o tiene algún tipo de relación con alguien que él (Javier) aprecia. “Una cosa es la vida y, otra, es la vida”, esto lo decía siempre convencido de que significaba algo, aunque a veces sospechaba que tenía cierta incongruencia, pero no le ponía tiempo en discernir, al fin y al general (que un cabo no manda nada) la frase le gustaba, él mismo era capaz de oírla antes de pronunciarla y eso le daba un carácter escénico que él calificaba como magnífico.
El conocido comenzó a quitarse la ropa hasta quedar en bañador, de esos que llaman bermudas, aunque con aspecto hawaiano. Su piel extremadamente blanca, surcada de estrías y venas azules le hizo dar un vuelco en el estómago a Javier. El ruin inició, con los pies ya tocando aquella crema negra, señales con las manos y Javier comprobó que se dirigía a un grupo de gente que ya estaba en el agua y como a cincuenta metros (esto no es de fiar, a Javier todo lo que no está cerca le parece que está a cincuenta metros).
Le sorprendió que aquella gente estuviera bañándose con el agua en un estado tan peculiarmente pútrido, y le sorprendió, aún más, que estuviera jugando a lanzarse entre ellos un gato que cada vez que volaba se reía como una persona.
Cuando se quiso dar cuenta, el hombre ruin ya nadaba hasta llegar al grupo. Entonces les escuchó saludarse: “¡¿qué pasa fulano?!”, “¡¿qué pasa, mengano?!”, “¡¿cómo andas, zutano?!”, “¡¿cómo lo llevas, bribón?!”, “¡¿qué tal la vida, mangante?!”. Y le pareció oír al gato alentar entusiasmado: “¡que se besen, que se besen!”.
Pudo reconocerlos a todos, eran lo más granado y hermoso de la golfería insular; el gato mismo estaba acusado de haber realizado estafas incalculables, miles de papeles se amontonaban en los juzgados, pero el gato tiene siete vidas y conoce vericuetos legales y maneras para evitar la privación de libertad.
En esos pensamientos estaba cuando escuchó voces como a unos cincuenta metros, justo por donde había entrado en el agua el hombre ruin, miró hacía allí y comprobó que el grupito de “ángeles” ya había salido del agua, el gato tenía entre sus garras todos los cabozos y barrigudas que un poquito antes nadaban felices en un charco cercano. Se pusieron la ropa y todos miraron hacia Javier y se despidieron levantando la mano, él también los saludó y hasta esbozó una sonrisa, no se debe perder de vista el hecho de vivir en una isla.
Estaba dispuesto a decir: “¿cómo coño se pueden bañar en esta basura de agua?”, cuando descubrió que el agua estaba cristalina y que ciento de alevines de lisas danzaban formando disciplinadas, aunque básicas, coreografías.
Hacía calor, se desnudó y entró en el agua que estaba fresca. Y dijo mentalmente: “una cosa es la vida y, otra, es la vida… pero está claro que cada uno se baña en su agua”.