El origen de los Bimbaches

Mª de la Cruz Jiménez Gómez

Hasta el momento sabemos que se trata de unas gentes oriundas del norte de África, sin que aún se haya podido establecer su localización más o menos aproximada en el continente, y tampoco, las causas que motivaron su llegada a la isla. Las preguntas que surgen de inmediato son muchas, si bien la que ha sido una constante entre los estudiosos de las poblaciones aborígenes canarias es: ¿Cómo vinieron? ¿Por sus propios medios? ¿Fueron traídos?

Las investigaciones históricas y arqueológicas barajan diferentes posibilidades: de tipo ecológico, y/o de tipo político e ideológico, siendo estas últimas las que actualmente cobran más fuerza a medida que avanzan los estudios sobre la conquista y expansión romana a comienzos de nuestra era, en el norte de África.
Algunos de los posibles motivos de esta migración los encontramos en los intereses comerciales y la búsqueda de nuevos territorios donde producir determinados alimentos (especialmente cereales y viñas) para asegurar el abastecimiento de las necesidades alimentarias de la población asentada en sus territorios europeos. Un hecho trascendental que repercutió sobremanera en las poblaciones bereberes que habitaban en esta zona norteafricana. El resultado, con toda probabilidad, fue el detonante que motivó el obligado desplazamiento que sufrió la población autóctona, bien relegándolos hacia el interior del continente, bien desterrando a los que se sublevaban más allá de su tierra, donde no pudieran regresar, llevándolos a través del mar a tierras lejanas y desconocidas. Quizás fuera este último el castigo más penoso pues suponía un destierro permanente del que no podrían retornar, pues no eran constructores de barcos e ignoraban el dominio del arte de navegación para afrontar las dificultades náuticas propias del océano Atlántico.

En los vestigios arqueológicos hallados en la isla, no existe resto alguno entre sus pertenencias que permitiera relacionarlos con la existencia de barcos que pudieran apoyar su llegada voluntaria por sus propios medios. Por el contrario, sí tenemos datos de tipo ideológico contenidos en los textos etnohistóricos, referidos a la memoria de su lugar de origen y a que conocían la existencia de barcos de cierta envergadura, provistos de velamen.

Según dichos documentos esta añoranza, junto a las precarias condiciones de subsistencia que les ofrecía la isla, motivaron en ellos un estado anímico triste y, como revelan las investigaciones arqueológicas, una vida estancada en los modos de subsistencia que habían creado en el nuevo territorio. Como contrapartida, en sus creencias tenían un mito que desde antiguo les había relatado un divino, llamado Yone, que les prometía expectativas para volver a lugar de origen: “un mito de retorno”.

Son varias las versiones recogidas al respecto, si bien su contenido solo difiere en detalles secundarios. El texto más completo, recogido en 1632 por Fr. J. de Abreu Galindo, narra lo siguiente:
“Muchos años antes que esta isla se convirtiera hubo en ella un adivino que se decía “Yone”, y al tiempo de su muerte llamó a todos los naturales y les dijo cómo él se moría, y les avisaba que después de muerto él y su carne consumida y hechos cenizas sus huesos, había de venir por mar Eraoranhan, que era al que ellos habían de adorar, que había de venir en una casa blanca, que no peleasen ni huyesen, porque Dios los venía a ver, y como daban crédito a sus palabras, quedó estos entre los naturales muy en su memoria, con gran deseo siempre de verificar este caso, y porque los huesos de Yone no se trocasen y se conociesen cuales eran, los tenían separados en una cueva con mucho recato. Pues como los naturales vinieron al puerto y vieron venir los navíos blanqueando con las velas, teniendo en la memoria el pronóstico de Yone, y lo hallaron todo hecho polvo y ceniza. Visto el pronóstico cumplido (…) volvieron (…) a recibir tanto bien como les había de traer Eraoranhan, su Dios (1940, p. 64)”.

Otro relato complementario del anterior es el que recogió por esos mismos años L. Torriani, en el que se dice que en el tiempo que les señaló el adivino:

“(…) vendría desde lejos por mar, vestido de blanco, el verdadero Eraoranhan, a quien debían de creer y obedecer. Y, después de muerto, lo pusieron, según era costumbre, en una cueva bien tapada, y al cabo de cien años lo hallaron hecho cenizas. De allí a pocos meses aparecieron los cristianos, en sus naves con velas blancas; los cuales, por este signo, fueron creídos por estos bárbaros ser verdaderos Dioses, y no hombres mortales como ellos; por lo cual no hicieron ninguna resistencia, sino que los adoraron y les obedecieron, como Yone les había dicho.” (1959, p. 214)”.

Y, efectivamente, el tiempo llegó en que vieron en el horizonte “¡los navíos blaqueando con las velas, entendieron que en ellos venía su salvador, para sacarles de aquel encierro!”. La llegada de Gadifer de la Salle y de Jean de Bethencourt en 1404 para conquistar la isla fue una fiesta; eso sí, después de comprobar que los restos de Yone ya eran cenizas, acudieron a la playa donde les recibieron con danzas y manifestaciones de alegría. No fue una conquista propiamente dicha, ¡fue una apropiación indebida!.

Luego, con la convivencia, vinieron los desencantos: “pero, así y todo, no renunciaron a la verdad de lo que Yone les había dicho; no perdieron la esperanza del retorno a su tierra de origen, siguieron esperando”. Cuarenta y tres años después de la llegada y marcha de los conquistadores en 1447, el navegante Lázaro Vizcaíno, “apartado de su derrota estando camino de las Indias llegó a la vista de la isla y decidió entrarla y reconocerla para capturar esclavos”. En su deambular por ella oyó que Osinisa, al parecer el entonces rey de la isla, refería a sus súbditos este mismo relato.

¡Después de tantos siglos seguían esperando su retorno al paraíso que sus ancestros les habían relatado!

Mª de la Cruz Jiménez Gómez

Fotografías: Tarek Ode