Habitación sin rejas

Francis Pérez fotógrafo submarino y Mario M. Relaño escritor y poeta, fusionan su creatividad en esta sección.

Una sala vacía con una sola silla y una mesa preparada para comer. En la mesa con mantel blanco, un plato también vacío y también blanco, cubiertos, servilleta blanca de papel, vaso y copa, una jarra de agua y una botella de Faustino VI. Entiendo que esa mesa me espera y que alguien vendrá a servirme en algún momento. No he visto a nadie desde que llegué pero tampoco es necesario. Comer comería, aunque tampoco es imprescindible. Me siento a esperar que llegue la comida mientras pienso en la mejoría que he experimentado desde que llegué a este centro de recuperación.

Una sala vacía con una sola silla y una mesa preparada para comer. En la mesa con mantel blanco, un plato también vacío y también blanco, cubiertos, servilleta blanca de papel, vaso y copa, una jarra de agua y una botella de Faustino VI. Entiendo que esa mesa me espera y que alguien vendrá a servirme en algún momento. No he visto a nadie desde que llegué pero tampoco es necesario. Comer comería, aunque tampoco es imprescindible. Me siento a esperar que llegue la comida mientras pienso en la mejoría que he experimentado desde que llegué a este centro de recuperación.

Dicen que ya casi estoy recuperado. Por eso estoy en estancias sin rejas.
Levanto la vista constantemente para ver el exterior, ese mar que sugiere grandeza a la vez que lejanía. Siempre miro mucho el mar porque me recuerda cuando era él quien en soledad escuchaba mis quejas.
Sigo solo. Nadie vino a servirme la comida. Y con el paso de las páginas del libro, sesteo.
Cuando me despierto recuerdo que he soñado con Mai, la protagonista del libro que leo, y cómo se pone guapa para adentrase en el mar y nadar hasta desaparecer. Solo una persona la observa y no hace ni dice nada. Ella sufre la pérdida de Yulia y quiere marcharse. Es su decisión. Nadie se lo impide.
Cuando miro hacia la mesa ya no hay nada en ella. Parece que mientras dormía recogieron la vajilla y se llevaron hasta el vino. Solo dejaron un vaso lleno de agua sobre el mantel blanco.
Si miro a la ventana ya no adivino el mar. Seguramente no me estoy fijando bien o es que cayó la tarde y ya está más oscuro.
Dicen que ya me encuentro mejor y que pronto podré recoger mis cosas para marcharme. Estoy contento por ello; no obstante, tengo mis dudas. Aunque no lo cuente, aún me pasan cosas extrañas a las que no encuentro explicación. Y no sé porque pasan, me ponen mal. Creo que el mar aún deberá esperar.