Manuel Díaz Rijo El hombre del agua dulce
A más de un niño conejero se le ha quedado una imagen grabada en la memoria: su abuela lavándose con un barreño y toda la precaución posible, sin que se le ocurriera dar rienda suelta al abundante caudal que podría haber manado del grifo de la ducha. Esta cultura del ahorro se pierde con la última generación que vivió la Lanzarote sedienta, una isla semidesértica donde los charcos de agua se legaban de padres a hijos en herencia y se usaba un único caldero de agua para guisar las papas de todos los vecinos.
En la más oriental de las islas Canarias, a cien kilómetros de África, llueve solo tres veces más que en el desierto de Atacama. Cuando lo hace, el chubasco es irregular y copioso. Tras los locos años de la especulación urbanística y la sobreexplotación de la costa lanzaroteña como alimento turístico, el campo se abandonó y a los aljibes les salieron agujeros por falta de mantenimiento. Fue dramático asistir a la privatización de un bien fundamental como el agua y sigue siendo dramático ver cómo en 2018 el agua dulce del cielo corre desaprovechada por los barrancos de la isla para terminar disolviéndose en el mar como una acuarela marrón.
En esta islita nació Manuel Díaz Rijo, en una de las pocas familias acomodadas de La Vegueta. Una madrugada, siendo bien pequeño, vio al medianero de su padre lavándose en la pileta donde los camellos abrevaban. La imagen le acompañaría toda su vida.
Un año antes de que naciera Manuel Díaz Rijo, en 1926, se perforaron por primera vez las galerías en Famara, el único sitio de la isla donde se conocía la existencia de un manantial que se formaba por la condensación de las nubes sobre el macizo. Aquel agua, de no muy buena calidad, era insuficiente. En los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, Lanzarote vivió sequías terribles que devastaron la producción agrícola. Fue necesario que la delegación de Gobierno estableciera normas para distribuir el suministro de agua potable y sanciones para evitar que algún listo hiciera “negocios ilegales a costa de la necesidad de los demás”.
La falta de agua siempre ha sido desvelo, preocupación y foco de investigación en una isla como Lanzarote. En los años cincuenta, un abogado madrileño propietario de varias minas, Francisco Pons Cano, hace un experimento en Timanfaya para obtener energía geotérmica de la montaña Tinecheyde con la que alumbrar bombillas y destilar agua. Las cuentas no salen. Es insuficiente. En los años sesenta, varios agricultores de Lanzarote emigran a La Palma desesperados por la situación. Los buques cisterna, cargados de agua potable de otras procedencias, ayudan como convoyes de emergencia a la población lanzaroteña.
Manuel Díaz Rijo se había marchado de su isla años antes, en medio de una brutal posguerra que había dejado sin profesores el Instituto Nacional de Enseñanza Media de Arrecife. Acaba el Bachillerato en Madrid y estudia Ingeniería Naval, cosa lógica viviendo en una terruño rodeado de mar por los cuatro costados y siendo él un hombre con gran espíritu científico.
“Lo que no se conoce se supone conocido”. Con ese lema invitaba siempre Manuel a no dar nada por sentado. Era un tipo silencioso y solucionador. Apasionado por la física, la navegación y el vino. Testarudo, educado, entusiasta sin aspavientos. En su primer empleo, en una fábrica de calderos de aluminio, logró solucionar un problema que llevaba años causando pérdidas económicas a la empresa. La lógica y su capacidad para resolver problemas brillaron desde entonces y para siempre.
Para idear la primera desaladora de Europa, la de Lanzarote, fue necesario que su cerebro viviera en permanente estado de excitación y sinapsis, en el único centro de investigación que existía en España durante la dictadura franquista: el Canal de Experiencias Hidrodinámicas de El Pardo. Allí aprende a arreglar problemas hidrodinámicos y de propulsión, y por sus manos pasan proyectos como el diseño del petrolero Tina Onassis.
En aquel centro de investigación se entera de que los grandes barcos de guerra y los trasatlánticos llevan incorporada una infraestructura que les permite desalinizar el agua de mar a medida que navegan. Es entonces cuando surge el “¿y si…?” y se le ocurre pensar que Lanzarote podría perfectamente considerarse “una especie de buque anclado en el Atlántico” al que podría aplicarse la misma solución que para desalar agua. Se lo cuenta a Ginés de la Hoz, alcalde Arrecife, sentado en un parque del Retiro. Allí sueñan y planean hacer todo lo posible para intentarlo.
Díaz Rijo se concentra en el proyecto para su isla. Estudia la primera planta de energía geotérmica del mundo, construida en el pueblecito italiano de Larderello. También observa el modelo islandés. Tras unas investigaciones concluye que el potencial de Timanfaya no es aprovechable a gran escala.
Manuel sabía que el presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy estaba empeñado en terminar con la sed del planeta. “Convertir el agua de la fuente natural más grande y barata del mundo —nuestros océanos— en agua potable para nuestros hogares e industrias es un logro que podría terminar con las amargas luchas entre vecinos, estados y naciones”, dijo JFK. Eso fue uno de los motivos que le llevaron a escribir una carta a la Oficina de Agua Salina del gobierno estadounidense, solicitando información sobre las desaladoras experimentales.
Para asombro de Díaz Rijo, tiempo después recibió en su casa un enorme paquete de libros con información técnica y precisa sobre la desalación. Mientras lo estudia, analiza también la demanda eléctrica que requiere Lanzarote. En 1961 tiene listo un anteproyecto para construir una planta termoeléctrica y una potabilizadora de agua de mar en Arrecife. El pleno del ayuntamiento declara urgente encontrar una solución para el agua potable y saca a concurso la concesión del servicio de abastecimiento domiciliario de agua. El único licitador es Termolansa, la empresa que Manuel Díaz Rijo crea con decisión aventurera. En 1965, pasa por fin lo extraordinario: los grifos se abren y corre el agua potable. ¡Y no sabe a marisco!
El ayuntamiento de Arrecife es la única administración que se compromete a apoyar el proyecto, en la medida de sus posibilidades. El Instituto Nacional de Industria rehúsa participar y dice que sus objetivos son otros. Rijo se da cuenta entonces de lo desconocida que es en España la técnica de desalación de agua marina. ¿Y el Cabildo de Lanzarote? Tampoco. Pepín Ramírez prefiere concentrarse en las galerías de Famara, pero facilita la vida a Termolansa, dándole apoyo material y librándola de pagar los impuestos de importación de la maquinaria, que llega a puerto con muchísima expectación a bordo de los impresionantes 150 metros del mercante Concordia Taleb.
Vicente Calderón, presidente del Atlético de Madrid de madrid y director del Banco de Valladolid estuvo a punto de invertir en la empresa, pero cambió de idea cuando visitó Lanzarote. Una semana le bastó para darse cuenta de que el agua corriente iba a lanzar de manera meteórica la industria del turismo en la isla. Así se convirtió en accionista del Hotel Fariones, inaugurado dos años después de la llegada del agua potable en medio de un pedregal.
El agua lo cambió todo. Llenó Lanzarote de posibilidades. El mismo día que llegaron al puerto de los Mármoles dos aerogeneradores para aliviar el coste eléctrico de la potabilizadora, fallecía Manuel Díaz Rijo en su madrileña casa de Chamberí. Tenía 88 años. Nunca se consideró un genio: solo un un técnico con suerte y buena capacidad para el ensamblaje de ideas.