PANCHO LASSO

Arminda Arteta Viotti

Quizá su propio carácter humilde, reacio a la exhibición pública, unido a las circunstancias históricas adversas que le tocó vivir, hicieron que Pancho Lasso pasara durante muchos años desapercibido no solo para la historiografía, sino también para los propios lanzaroteños.

Sin embargo, se trata del primer gran artista de Lanzarote, un creador polifacético que, además de la escultura, desarrolló diferentes géneros, como la pintura, el dibujo o la medalla, investigando en distintos lenguajes que fueron desde el neocubismo hasta el surrealismo telúrico y el realismo popular. A pesar de esta variedad de estilos y géneros, es posible encontrar dos constantes en toda su obra: su compromiso social y la presencia de su isla natal como fuente inagotable de inspiración.

Infancia y juventud (1904-1926)
Lasso nace en Arrecife en 1904, en el seno de una humilde familia de zapateros. El Lanzarote de entonces es una isla muy deprimida, con una precaria economía de subsistencia basada en la agricultura y marcada por unas cíclicas sequías que provocan hambre y emigración. El régimen caciquil imperante acentúa unas graves diferencias sociales, palpables en el hecho de que, en 1900, el 80% de la población es aún analfabeta. Pese a este panorama tan poco alentador hacia la cultura, Pancho Lasso muestra unas inquietudes artísticas que le llevan a matricularse en 1918 en la Escuela de Artes y Oficios, creada cinco años antes.
Tras la muerte de su padre en 1920, comienza a trabajar como peluquero para contribuir a la economía familiar. Dos años después, su hermana María contrae matrimonio con Aquiles Heitz, un fotógrafo francés que había recorrido Canarias entre 1908 y 1913 proyectando cine, y que posteriormente se marchó a Sudamérica con el objetivo de captar imágenes que sirvieran como inspiración para ambientaciones cinematográficas de la compañía Gaumont. Heitz anima a Lasso a luchar por alcanzar su sueño de convertirse en escultor, al tiempo que refuerza su innata admiración hacia el singular paisaje de Lanzarote.
En 1925 es nombrado profesor interino de la Escuela de Artes y Oficios de Arrecife, y un año después recibe una beca del Cabildo Insular para continuar sus estudios en la Academia de San Fernando de Madrid. Las obras de este periodo son, fundamentalmente, retratos de corte academicista que ya denotan unas destacadas dotes artísticas.

En el Madrid de los Ibéricos (1926-1929)
Llega a Madrid en 1926, un momento de gran efervescencia cultural. Un año antes se había celebrado la I Exposición de Artistas Ibéricos, donde creadores como Dalí, Barradas, Alberto Sánchez o Palencia, entre otros, habían firmado un manifiesto reivindicando la necesidad de promocionar el arte moderno.
Para intentar digerir este agitado ambiente cultural, Lasso acude al célebre Café de Oriente, punto de encuentro entre artistas. Allí conoce a Alberto Sánchez, un escultor toledano con el que comparte unos orígenes humildes —él era panadero y Pancho, peluquero— y unos ideales marxistas. Entre ellos surge una estrecha amistad y una relación de maestro-alumno.
Asimila rápidamente los estilos en boga y pronto su obra evoluciona hacia el neocubismo. Realiza entonces esculturas de perfiles angulosos, «a planos», muy inspiradas en el arte ibérico que Lasso observa en el Museo Arqueológico Nacional, y en el egipcio, que conoce a través de las charlas que se imparten en la Residencia de Estudiantes. De este periodo destaca especialmente su Obrero caminando (1929), uno de los primeros ejemplos de representación de temática social de Canarias.

La aventura vallecana (1929-1939)
El periodo más interesante de toda su carrera se inicia en torno a 1929 cuando, junto a Alberto Sánchez, Benjamín Palencia y otros artistas, comienza a dar paseos por los secos campos de las afueras de Madrid (Vallecas, Toledo, etc.), en busca de elementos naturales, paisajísticos y de raigambre popular que pudieran servir de inspiración para crear un arte nuevo y puro, diferente a todo lo existente hasta el momento.
Surge así la conocida como Escuela de Vallecas, cuyos integrantes desarrollaron un estilo que ha sido definido como surrealismo telúrico o popular, caracterizado por la fusión de un lenguaje moderno con el arraigo a la tierra. El arte prehistórico español que se da a conocer en esos años resulta igual de inspirador para estos creadores, al ser interpretado como un arte libre, puro y con un fuerte carácter vernáculo.
Lasso, que desde niño admiraba la plasticidad del paisaje árido y desnudo, se siente plenamente identificado con este lenguaje, creando obras de gran originalidad, consideradas entre las mejores del movimiento vallecano. Son piezas de pequeñas dimensiones, formas orgánicas, depuradas y estilizadas, que en ocasiones parecen rozar la abstracción.

Compromiso social
Educado en el principio del respeto hacia el ser humano y el trabajo, Lasso creía firmemente en el compromiso social del artista. Esto es claramente visible en una de sus mejores obras: el Monumento a la Internacional (1933-34).
Realizada en lenguaje plenamente vallecano, esta suerte de hombre metamorfoseado en instrumento musical, que eleva un puño cerrado en símbolo antifascista, constituye un homenaje a todos los trabajadores del mundo y una llamada a la unión y la lucha contra la opresión y la barbarie. Por temor a la represión franquista, permaneció escondida durante muchos años en casa del artista, y su título fue transformado en el más aséptico Monumento a la Música. Desde 2011 se alza, reproducida a gran escala, en la Marina de Arrecife, cumpliéndose de este modo, en parte, el viejo sueño del escultor de dotar a su isla natal de arte.

Lanzarote 1939-1946: punto de inflexión
Al estallar la Guerra Civil, toma partido por el bando republicano, participando en distintas iniciativas político-sociales. Huyendo de los horrores de la guerra, en 1939 regresa a Lanzarote junto a su mujer Clara Berki, y dos años más tarde nace su única hija, Rosalía.
Al mismo tiempo que acomete el encargo de monumentos funerarios, comienza a investigar con los propios materiales de la isla en clave surrealista. En 1940 entabla amistad con

 

 

 

 

 

 

 

 

el joven César Manrique, con el que comparte sus conocimientos sobre el arte moderno y, más importante aún, le transmite su profunda admiración hacia las cualidades estéticas del paisaje de Lanzarote y su patrimonio cultural, aspectos que serán claves en la posterior obra de Manrique.
Truncado el sueño republicano de promover la cultura y la educación, Lasso comienza a cuestionarse la utilidad del arte moderno realizado hasta entonces, por considerarlo excesivamente intelectual. Su obra dará entonces un giro definitivo hacia el lenguaje realista, en su opinión más fácilmente entendible por el pueblo, para el que siempre trabajó.

Madrid 1946-1973: oscuridad y renacimiento
En 1946 regresa a Madrid con la esperanza de poder recuperar su carrera artística; sin embargo, el régimen franquista condena las vanguardias y el mismo Lasso es encarcelado durante un mes por un suceso político ocurrido en Arrecife. Todo ello lo sume en una profunda tristeza y su arte se ve seriamente afectado. Para sobrevivir, trabaja como ayudante de escultores de imágenes oficiales y religiosas.
No será hasta la década de 1960 cuando Pancho Lasso experimente un resurgir artístico gracias a la medalla, un género conmemorativo nacido en el Renacimiento que en esos años adquiere un notable desarrollo en toda Europa. Inspiradas en los paisajes y las gentes de Lanzarote, las medallas de Lasso muestran un dominio exquisito de la técnica. Expone por diversos países con gran éxito de crítica, convirtiéndose en el autor de medallas más importante de Canarias.
De manera paralela, comienza también su dedicación a la pintura. Los protagonistas de sus cuadros son, sobre todo, trabajadores isleños anónimos de rostros tristes y cansados, que evidencian la lucha por la supervivencia en un medio hostil.
En enero de 1973 Pancho Lasso fallece en Madrid mientras en Arrecife se le preparaba la tan ansiada exposición antológica, que se inauguraría en junio de ese mismo año. No pudo ver realizado su sueño de poner su arte al alcance de los lanzaroteños, para que actuara como elemento cultural y educativo para todas las generaciones. Sin embargo, gracias al empeño de su hija Rosalía, en 1987 el Cabildo de Lanzarote adquiría una importante colección de obras de Lasso, que inicialmente fueron expuestas en la Casa de los Arroyo. Desde el año 2000, una selección de piezas se exhibe en una sala permanente del Museo Internacional de Arte Contemporáneo-MIAC. Próximamente, esta sala será renovada para mostrar un mayor número de ejemplares que incluya obras de cada periodo y género, además de ofrecer información complementaria, de modo que el visitante pueda adquirir una visión más completa de un creador que tuvo «la gran virtud de ser un extraordinario artista sin llegarlo a saber»1 .