Alegranza, el último refugio

Y la brisa me arrastró hasta la orilla y ví la playa de arena roja y los acantilados y en el cielo el suave vuelo del Guincho, entonces, comprendí que había regresado a mi hogar

El elegido fue el Jorge Luis, un barco marinero con proa valiente y popa generosa, un pedazo de historia de la octava isla que aún hoy sigue navegando vigoroso entre las olas.
Durante décadas ha surcando las aguas de los islotes, aguas de espuma de viento y olas; aguas de un azul profundo, azul de mar.
El viento, siempre presente en el devenir “Conejero” nos recibe en el puertito de Orzola desde bien temprano moviendo mástiles y banderines, besando las rocas y acariciando la superficie del mar. Un manto de nubes se empeñan en cubrir el cielo de algodones, vapor de agua que desdibuja el horizonte donde la isla, nuestro pequeño islote y destino, se esconde cómplice.
Nuestro objetivo, es un pequeño islote de unos 10 Km cuadrados de superficie, situado a unas 14 millas náuticas del puertito de Orzola; de origen volcánico, la isla está dominada por una gran caldera de 1,3 Km de diámetro que ocupa 1/3 de su superficie. El resto lo forma una llanura de escasa altitud salpicada al sureste por otros tres conos volcánicos de menor altura y diámetro y algunos montículos; en esta zona se encuentra el faro y el pequeño muelle que da acceso a la isla.

La travesía se hace larga, casi eterna, para los que como yo sufrimos con el arrítmico vaivén de las olas sobre la carena de la embarcación. El silencio se apodera del grupo, pensativos, acurrucados, deseando que el tiempo vaya más rápido. El viento y el rumor de la máquina lo envuelven todo, sólo algún pez volador nos devuelve del letargo de la travesía, cuando ágiles, saltan fuera del agua junto a la proa del Jorge Luis.
Alegranza, se resiste firme en el horizonte lejana, casi inalcanzable. La brisa continua golpeando la superficie del mar, rizando las aguas; moteando de blanco el inmenso océano. El islote, uno de los últimos rincones de vida salvaje del norte de Africa, ha sido desde tiempos inmemoriales refugio, cobijo y lugar de cría de aves tan carismáticas como la Pardela cenicienta. Petreles, paiños, halcones, cernícalos, y gaviotas han encontrado en esta isla las condiciones ideales para la reproducción.
También es uno de los últimos refugios de la mayor rapaz que habita las islas, el Guincho o Aguila pescadora. Esta especie es muy sensible a las alteraciones de su hábitat y a la presión que ejerce el hombre en su medio natural. Aún hoy en día algunas parejas nidifican en el edificio volcánico del Suroeste de Alegranza, alimentándose de peces que capturan con sus afiladas garras en aguas poco profundas del Archipiélago Chinijo.
Veinte minutos antes de alcanzar tierra firmamos una tregua con el mar. El islote, la isla de Alegranza nos da la bienvenida ofreciéndonos aguas mansas al zoco de su orografía; la tensión disminuye y todo el grupo se anima ante la pronta llegada a tierra firme.
El muellito se abre paso entre aguas turbias, revueltas de arena y algas fruto del mar de fondo reinante en la zona. El desembarco, ágil y decidido tiene que ser rápido ante lo complicado que resulta para el Jorge Luis acercarse al muelle.
En el Islote, propiedad de Don Enrique Jordán existe tres construcciones creadas por el hombre desde finales del XIX hasta el primer tercio del siglo pasado. El faro, construido para alertar a los navegantes sobre la presencia de peligrosos bajíos en el noreste de la isla, fue declarado bien de interés cultural en el año 2002, su fachada refleja el paso del tiempo y el sufrimiento constante ante los elementos; soportando durante décadas viento y salitre casi de forma permanente.
En el sur, al pie de la gran caldera en la zona conocida como “llano de la Vega” se alza un pequeño cortijo el cual dio cobijo a los medianeros que durante mucho tiempo mantuvieron una explotación agrícola y ganadera en la isla.
Más al sur, donde las aguas del océano parecen descansar perezosas se encuentra la zona conocida como El Jameo, durante mucho tiempo los pescadores accedían a la isla por este lugar llegando a excavar cuevas donde poder refugiarse durante los largos días de pesca. La isla es muy árida y quienes la habitaron tuvieron que fabricar unas pequeñas represas donde poder almacenar el agua de la lluvia, necesaria para la supervivencia en un lugar tan árido.
Recorrer sus senderos es descubrir desolados paisajes, caprichos volcánicos labrados por los elementos, es sentir la soledad más absoluta y a la vez una sensación de paz que te invade profundamente.
Sin embargo este pedazo de soledad y de olvido ha sido la patria durante miles de años de aves marinas como la Pardela, ellas han utilizado este lugar como refugio donde poder criar a sus polluelos, darles la vida, enseñarles a alimentarse e iniciar juntos el primer vuelo; aquel que les llevará con tan sólo unos meses de vida a cruzar el Atlántico hasta alcanzar los mares del sur, a miles de kilómetros del lugar donde nacieron.
Lo Maravilloso de esta historia es que algún día volverán, regresarán a la tierra árida perdida en el océano, buscarán las hura donde su madre incubó el huevo, donde por primera vez vieron la luz y donde por primera vez recibieron el alimento que sus padres tan amorosamente les traían.
Y el circulo de la vida volverá a completarse. Alegranza, el último refugio, reirá de nuevo orgullosa por cobijar a unos seres tan maravillosos.
Al escribir estas lineas no he podido dejar de pensar en los siniestros proyectos que se ciernen sobre las Islas de Lanzarote, Fuerteventura y sus Islotes. Prospecciones en busca de petróleo a 14 millas de nuestra tierra; una tierra que no quiere ni permite que la muerte negra se instale en Canarias. Ese no es el futuro que queremos para nuestras islas, las Canarias deben continuar siendo las islas afortunadas, con nuestra singularidad y riqueza paisajística y faunística.

Textos y fotos Rafael Mesa Hdz · www.blueworldfotos.com