AMNESIA INSULAR

José Ramón Betancort Mesa

Siempre pensé que la crisis nos traería el ansiado antídoto que acabaría con la amnesia paisajística y ambiental que la ciudadanía lanzaroteña padece, ya sin remedio, desde hace más de dos décadas y que progresivamente está degradando a pasos agigantados el territorio insular. Pero me equivoqué. La crisis no ha hecho sino agravar este estado agónico que provoca que, día a día, Lanzarote se siga convirtiendo en un enorme muladar ante “la mirada dormida” de los que en ella residimos.

Mientras haya ilusionistas gráficos y visuales que sigan colgando en las redes sociales fotos espectaculares y videos sobrecogedores de paisajes maravillosos de Lanzarote, a base de seleccionar encuadres estratégicos, de distanciarse prudencialmente del suelo o maquillar con efectos digitales determinadas tomas, seguiremos no solo escondiendo las basuras y el deterioro generalizado del paisaje insular, sino viviendo idiotizados y borrachos de una belleza cada vez más ilocalizable e irreal de Lanzarote. Es lo que tiene la amnesia.

La mayoría de la población residente transita por la isla con una mirada anestesiada. Hemos perdido la capacidad de molestarnos cuando observamos las casas sin encalar o las obras abandonadas. Ya no decimos nada cuando vemos los muladares junto a las viviendas donde se amontonan vehículos y barcos abandonados, escombros, enseres en desuso, materiales de construcción, así como electrodomésticos viejos y basura de todas clases. Nadie parece percatarse ya de la cantidad de collillas, botellas, latas y otras suciedades que hay en los bordes de las carreteras o las zonas ajardinadas, amén de las bolsas que quedan aprisionadas en cualquier paraje, sin que alguien se digne a recogerlas. Y no hablemos de lo sucio y deteriorado que está el litoral costero, durante casi todo el año, por los propios residentes. Pasamos sin inmutarnos ante palmeras, árboles y plantas secas que a duras penas sobreviven en los pocos parques y áreas ajardinadas de la isla. Tampoco nadie se alerta de los peligros ambientales que suponen los rallies automovilísticos, el tránsito diario de todoterrenos, motos o quads, así como los daños irreparables causados a la delicada biodiversidad con cada pista, sendero o camino que abren los intocables deportistas y sus multitudinarias pruebas anuales.

Poco queda ya de los mensajes ambientales y de conservación paisajística que impulsara Manrique. Nada de aquel legado parece perdurar. Y sin memoria ni conciencia ambiental, no hay respeto ni valoración a un paisaje. Ahora todo es amnesia.

Buena parte de la culpa es nuestra, es decir, de los propios lanzaroteños que vemos, consentimos o llevamos a cabo verdaderas barbaridades paisajísticas sin inmutarnos. Quién no ha oído frases como: “no hay nada de malo en hacer una obra ilegal si el suelo es mío, tiro los escombros en una zona apartada y no molesto a nadie; coloco un container en mi parcela porque no me dejan fabricar; en mi solar puedo poner todos los arretrancos que me de la gana; a quién molesto si dejo la casa sin terminar y en puro bloque; no hay de malo en convertir un cuarto de aperos en un chalet en una zona rústica...” Ante estas insensibles manifestaciones, la amnesia insular ha construido un triste y envilecido argumentario sobre dos máximas terribles: “para eso la isla es mía” y “si no te gusta, te vas”.

Al final, solo nos quedarán las fotos y los videos maravillosos en que se adormecerán las conciencias de una sociedad ciega, egoísta, ignorante y cainita que hace mucho tiempo decidió olvidar que tenía que salvaguardar a Lanzarote. Solo quedará el recuerdo digitalizado de algo bello, en forma de postales idealizadas y nostálgicas sobre las que llorar su pérdida sin consuelo.