LA VISITA

Rosa Brito

Claro, pasa, estás en tu casa, disculpa si no salgo a recibirte, hace demasiado tiempo que no piso puerto y me da miedo que el suelo bajo mis pies no se mueva. Me siento más seguro aquí. Cuidado no te enredes con esos cabos… aguarda un momento, esto debería estar ya en el tambucho… pero claro, las cosas no caminan solas a su sitio, ¿verdad?. 
No me pongas esa cara; hay que ver, tan muda como siempre pero más expresiva que nunca; aunque la verdad es que debo reconocer que tienes razón, la sal y el sol curten la piel y el carácter; pero también la soledad amiga mía suele apuntarse a estos saraos... y esa es de las que entra sin llamar y se instala hasta en lo más profundo, como la humedad, calando hasta los huesos y luego ya no hay quien la saque… ¿Qué ironía, no? Y tú de nuevo por aquí... ¿Sabes de lo que hablo, verdad?... ¡No!, ¡ahí no!, ese globo que flota como tú dices −¡pero hay que ver que bien te expresas!− sirve para que el barco no de contra el pantalán, hace de protección, no sirve de escalón... ¿Pero cuánto hace que no... ? Supongo que mucho, es igual; venga, dame la mano, ¿lo prefieres?; tranquila, no va a separarse más... a la de tres... ya estás dentro. Vaya... veo que los años también han pasado por ti... ¿tú no habías ganado un par de trofeos en atletismo? Ja, ja. Vaya personaje. 
¡En fin! ¡Bienvenida! Dame un abrazo, no aprietes mucho, ya sabes lo que pasó la última vez. Te veo bien, un poco pálida, pero bien.
Bueno, bueno... ¿Y dónde has estado metida todo este tiempo? ¿Cómo me encontraste? Claaaro, hay que ver qué olfato tienes ¿Tanto rastro a salitre voy dejando por ahí? Y los amigos... que no saben mantener la boquita cerrada, supongo. 
Ruédate un poco por favor, voy a... sí, sí, puedes sentarte por ahí o donde quieras... voy a por unos vasos, esa botella de vino que traes tiene muy buena pinta y no vamos a esperar a que se recaliente.¡Venga ya! ¿Un cojín también para la señorita? Sabes que no voy a dejar que te acomodes... así que no cojas postura... además, mareas. ¡Qué quieres! ¡Es un barco! Si no te gusta ya sabes... 
Está bueno, sí.
No, no he vuelto a escribir después de la última vez que te ví; y aunque no me caes bien tengo que reconocer que para eso si eras buena, sabías escuchar... ¡Dios Santo! Si tú no, ¡me dirás quién! Ja, ja.¿Un poco más de vino? Claaaaro que si. Vamos a brindar, venga, por tu regreso.
Que no... no busques, no hay nada nuevo; además, sabes que todo lo que conseguía escribir lo metía en las botellas de ron que tú me hacías vaciar e iban al mar luego. No me digas que con tantos paseos que te das por la playa no has encontrado ninguna... 
Pfff... ni gota. ¿Vas tú a por el ron? Qué buena noche, lástima estar en puerto... ¡Ey! ¡No te caigas!...Ja, ja. Está refrescando, ¿eh? Mira qué puesta de sol... 
¿Qué traes ahí? ¿Dónde estaba eso? Claro, entre las botellas, ¿no? La última con mensaje... Trae... Venga, vamos a aprovechar esta brisa, quiero ir al mar y dejarla allí.
−Y así, sin querer, Soledad zarpó con él, volviendo a instalarse entre las cuadernas de su barco y también en su pecho. Aquella misma noche, bajo un cielo infinito, sólo con su espíritu y borracho de vida, volvió a leer para su amiga a bordo el mensaje antes de lanzarlo al mar: 
¿A dónde me llevas esta vez? Lejos, que sea lejos... 
Maldito Galilei y maldita tierra redonda... siempre dando vueltas... Felices ignorantes aquellos navegantes de mundos planos y abismos infinitos... 
Llévame donde el azul sea cada vez más azul, navegando sobre este mineral líquido, sobremareas... 
Mareas. Las que me traen y llevan, las que inundan; arrastran y arrancan, remueven y entierran cosas... así, como lo hace la vida con algunos recuerdos. Baten fuertes en la orilla y se retuercen mar adentro para volver a sacar lo que un día quedó enterrado en la arena y en el olvido; para volver a calmarse, para volver a recogerse, para volver a sí mismas. Sé que a veces, se dejan peinar por el viento. Mareas de sal, de vida, de cosas muertas. Mareas de color y de recuerdos, mareas profundas. Mareas de sonrisas, mareas que no llegan... mareas.
Dicen que entonces, la soledad decidió ser náufrago en aquella botella y abandonó el barco despidiéndose para siempre. Hoy viaja a la deriva esperando que alguien, vuelva a hablarle.