Nº 50
Orden que envidias el caos,
simetría resignada frente al espejo, reloj de espadas implacables. Dime, ¿cuándo envejece un calendario?
Debiste elegir no salvarte, aguardar sentado sin esperar a nadie. Equivocarte con razón, rasgar tus sábanas de seda sobre el pajar de la noche. En el abismo no se duerme tan mal, la curiosidad inaugura cada sendero incierto. ¿Sabes? Puedes hacer el amor con quien no amas, amar a quien no quieres y querer sin amar. Cruzar sin mirar las olas, encontrar a todos los perdidos que buscan sin olvidarte. Orden, que temes pero no crees, ¿por qué lloras cuando te entierran? Pecar no es pecado. No morirás de hambre, morirás frustrado bajo la tierra del cielo. Existes con la prudencia de quien no quiere perder.
Desde joven te ordenaron ser orden, carne gravada por los cinceles recelosos del pincel. No mires el caos con asco y envidia, no sufras celos cuando cierras los ojos junto a él. Tú luces distinguido cuando os comparan, pero resultas ajeno y abatido en la soledad del tablero. ¿Quién recuerda un día soleado? ¿Quién olvida una tormenta? Sí, sin caos no eres nada, un reloj sin arena a la orilla cuarteada del pantano. Tus fantasías revolucionarias son en horas punta y los años raquíticas quincenas. Tu orden armoniza pero no crea, disciplina pero no refresca.
No estreches tan fuerte las manos, no alces glorioso la barbilla, por aquí nadie te acecha. Orden, tus párpados custodian la nostalgia apilada en el escaparate... la mirada intrépida ante el salto, pantalones rotos, besos, chicles y cicatrices. Con nada gobernabas, sin nada construías.
Hoy ya es tarde, a tu puzzle de cristal le sobran piezas.
Fernando Barbarin