Nº 47

Fernando Barbarin

Me conoces. Soy el exhibicionista vergonzoso que arroja letras a tu ventana.
Un esteta acomplejado que acaricia tus párpados para poder entrar. El espontáneo arrepentido que tirita en cada estrofa, el obrero desnudo que en ocasiones golpea con rabia la palabra enmarcada. Un adolescente ingenuo intentando seducir lo desconocido, el virgen con el sexo nuevo que agita su mano descontrolada. Te escribo y no te conozco, lo hago para saber qué pienso, para mirarme a los ojos, para apagar la luz sin miedo. No te cortejo porque no me amas. Quizás compartas conmigo una taza de café, una cita retrasada o sea la estela de la letra que no escribes, la canción incabada.
Tu silencio me impone y yo escribo, eres la incógnita que calma las espinas de mi jardín pasado. Yo, la botella rota que custodia un mensaje, el cubo perdido que sigue jugando solo en la arena.
Cien lunas sin besos han teñido de canas mi barba, esa que desordeno impaciente intentando hallar la palabra escondida, la sencilla, la callada.
Tú y yo nos parecemos, los dos ansiamos crear para no creer, meditar para no adorar, sentir paro no llorar. Detestamos a los mismos que nos detestan, los que sonriendo ocupan toda la acera, los que manosean las letras hasta dejarlas en carne viva.
Tomemos la palabra, aquella que sangra por las llagas que presionan las manos que no la aman, la altiva, la hueca, la arrogante.

¿Sabes? Un día me iré sin decir nada, las letras otoñales gravitarán en el olvido dejando este espacio en blanco, esta nieve sin huellas, estas salinas sin cielo. Hasta ese día te pido que te quedes. Tú no lo sabes, hace ya unos años desperté a la orilla de tus ojos, borracho, pequeño, mudo... y comencé a calcar mi rostro en esta piel albina.

Durante el temporal de mi vientre rumbo a mi garganta navegan contra corriente, estas pretenciosas palabras.

Gracias.