Nº 22
MAR
El señor Pez se incorporó y me comentó desganado:
–Mira, todo lo que observas está muy lejos y más ahora que ni tan siquiera eres un niño. En cambio yo puedo romper nubes con un solo movimiento de mi cola, navegar por lejanos desiertos y borrar cualquier frontera. Es más, si lo preciso, ante la soledad te invento.
El señor Pez estaba crecido y su mirada desprendía cierta fanfarronería que atribuí a la falta de oxígeno, no obstante seguí escuchando atentamente.
–Si me lo propongo bebo un océano de una sentada y puedo transformar mis acorazadas escamas en pétalos aterciopelados. Tú me caes bien –me dijo muy serio– pero no me gusta la forma en la que algunos te miran, ellos solo se alimentan de espinas y lodo. No, no estoy triste ni enfadado, sencillamente no estoy. Soy lo que nadie es, mitad nada, mitad todo, mitad mitad, mitad fantasía, mitad tú, mitad yo. Nadie me atrapará en sus redes por ser yo proporcionadamente pequeño y jamás me darán caza puesto que yo camino por distintos senderos. Yo duermo despierto y silbo en silencio, inspiro vuestro viciado oxígeno convirtiéndolo en notas endulzadas de salitre.
»No estoy pasado de ron, no te confundas conmigo amigo, si no te gusta mi conversación tápate los oídos, pero si me escuchas no te ruborices, sé que en algún momento tú también hablaste de esto en alguna vieja lonja.
»Hace una pleamar ni tan siquiera te conocía, pero te voy a contar un secreto: muchos hablan y narran bellas historias sobre hermosas sirenas, pero realmente nunca existieron, lo único cierto es que hay quien necesita creer en su existencia. ¿Tú conoces algo más que lo conocido? ¿Has pensado en mí antes de conocerme? ¿Te estoy aburriendo?
Tras la pausa de cortesía que impone un anciano le pregunté:
–¿Se encuentra bien?
El señor Pez se escabulló entre las olas gritando:
–¡Después de cuatro años no has aprendido nada!
Yo, encolerizado, arremetí con mi puño contra las olas pulverizándolas en millones de gotas mudas. Exhausto decidí regresar al refugio de mi sombrilla. Tras unos minutos y ya más calmado reparé en las decenas de gotas que poblaban mi piel, no cabía duda de que eran saladas, ¿restos de mar o golpe de calor?
A todos los pececillos que entendéis que llevemos cuatro años publicando esta revista.