La Ola
− Controla – me digo a mí misma continuamente.
− Tenéis que aprender a controlaros – les digo a mis alumnos.
Trato de enseñar a mi hijo a controlarse.
Controlar el temperamento, la rabia, la angustia; controlar los gastos, los excesos, incluso el deseo; controlar las lágrimas, hasta controlar el tiempo pretendemos. Habitamos este planeta sujetos a un ritmo ficticio perfectamente dividido y regulado en porciones idénticas en torno a las cuales organizamos nuestra diminuta existencia. Jornadas laborales y escolares marcan el ritmo de este vals que debería ser la vida y que en ocasiones transformamos en un baile mecánico, simultáneo, aprendido, simétrico y sujeto a una perfecta coreografía que estructura nuestra sistemática presencia.
Ya de mayores ejercemos este control aprendido sobre los seres que creemos educar, convencidos de lo asimilado, dominantes, sin poner en duda la miopía y la sordera que acompaña muchos de nuestros comportamientos.
Y entonces aparece Ella. Tan capaz de mecernos con su brisa o bañarnos tímidamente con el rocío de la mañana, como de arrojarnos a un tornado o destrozarnos con la descomunal fuerza de un tsunami. En esta ocasión captada en forma de ola. Poderosa, salvaje, incontrolable. Este es su baile, imprevisible. Fluye dentro de un todo al que, aunque nos parezca mentira, también nosotros pertenecemos.
Que la ola azote nuestros, raquíticos cerebros, que nos empuje a danzar con ella.
No hay nada que nos sitúe más que la propia Naturaleza, con su ritmo, con sus ciclos, determinando realmente nuestra existencia.
Igual es más necesario aprender a fluir con la marea que pretender controlarla.
Un día viene una ola…
María Larumbe