OSLOB, O EL CIRCO DEL TIBURON BALLENA

Oscar Presilla http://unbilletedeida.blogspot.com.es

En los tiempos que corren cada vez es más sencillo viajar a cualquier rincón del mundo, las compañías aéreas ofrecen vuelos asequibles y se crean infraestructuras y todo tipo de facilidades para llegar a destinos antes recónditos. Pero todo esto conlleva una de cal y otra de arena y, por desgracia, el turismo masivo resulta a veces perjudicial para la sostenibilidad de un ecosistema tan frágil y de las especies que habitan nuestro planeta.

Uno de los cánceres del turismo irresponsable es la demanda de algunos viajeros por querer visitar diferentes tipos de animales salvajes en su entorno natural o, lo que es peor, mantenidos en cautividad. Afortunadamente, cada vez más y poco a poco, crece la conciencia social contra estas barbaridades y la gente acude menos a zoológicos, acuarios, delfinarios y cosas por el estilo. Espero y deseo que llegue el día en que estas cárceles de animales dejen de existir por el bien de nuestra fauna.
Un claro ejemplo de algo que no tiene nada que ver con el turismo sostenible y responsable lo podemos ver en Oslob, un pequeño pueblo pesquero en el sur de Cebu, una de las siete mil y pico islas del archipiélago filipino.
Por aguas filipinas pasan, dependiendo de la temporada, los enormes tiburones ballenas, llamados butanding en idioma tagalog. Se llaman así porque, a pesar de ser una especie de tiburón, tienen una longitud similar a una ballena y pueden llegar a medir doce metros siendo los peces más grandes que existen. Parece ser que habitan en nuestros mares desde hace sesenta millones de años y se mueven por aguas tropicales. Generalmente se alimentan del plancton marino que filtran en su enorme boca y algunos crustáceos o bancos de pequeños peces que se cruzan en su constante peregrinaje. Desgraciadamente cada vez quedan menos y están en peligro de extinción debido, entre otras cosas, a la pesca furtiva.
Cuentan que hace años los pescadores de Oslob les echaban algo de pescado para que se fueran de sus zonas de pesca y no se alimentaran de sus cebos. Pronto se dieron cuenta de que en vez de seguir su camino, se quedaban allí esperando recibir más comida. Alguien tuvo la mala idea de que esos dóciles butandings podrían convertirse en un gran negocio con ingresos muy superiores a los que obtenían dedicándose al arduo trabajo de la pesca.
Los tiburones ballena, debido a su belleza y carácter tranquilo, son una atracción espectacular para los turistas que llegan a Filipinas. En algunos lugares como Donsol se llevan a cabo avistamientos a bordo de algunos barcos sin molestarles en absoluto, siguiendo su camino mientras nadan por esa zona. Pero en Oslob decidieron rizar el rizo y explotar la gallina de los huevos de oro: en vez de seguirles, pensaron que era más cómodo tenerlos allí mismo, sin importarles el daño que pueden hacerles al evitar que cumplan con sus ciclos migratorios.
Cada día salen cientos de personas repartidas en bangkas, la embarcación típica filipina. Antes de nadar junto a ellos se dictan una serie de normas a los turistas; se supone que nadie debe acercarse a ellos a más de cuatro metros de distancia, no se puede sacarles fotos con flash y muchos menos tocarles. Pero la gente se pasa estas normas por el forro y mientras haya dinero por medio, parece que los supuestos guías no se preocupan en absoluto.
Un negocio lucrativo que con la extinción de los butandings puede convertirse en pan para hoy y hambre para mañana. Lo más grave es que al quedarse en Oslob no cumplen los movimientos y migraciones que necesitan y, en ocasiones, sufren daños con las hélices de los motores de las embarcaciones y un tremendo estrés con la presencia tan cercana de cantidad de humanos. Por otro lado, la alimentación que reciben de los pescadores se basa en una masa hecha con una mezcla de gambas y crustáceos, algo que no tiene las proteínas necesarias para su crecimiento y desarrollo.
Es necesario que antes de visitar espectáculos así busquemos un poco de información sobre el efecto negativo de estas actividades. Hay gente que se arrepiente de ir nada más ver esa clase de circo e informan a otros viajeros. Pero sigue habiendo turistas a quienes les da igual, parece que lo único que les importa es tener un buen selfie con los butandings, colgarlo en las redes sociales y decir que han estado allí. Una pena.