EN LA MARINA DE ARRECIFE
Bajas, islotes, ensenadas encerradas por arrecifes de lava en un entramado tal como si de un calado canario se tratara, configuran la costa del municipio de Arrecife. Aguas tranquilas, bien iluminadas, con una temperatura anormalmente alta en comparación a las del resto de la isla y del Archipiélago Canario, el hábitat ideal para que una planta terrestre regrese plenamente al mar, se sumerja en sus aguas y se transforme en el bosque que cientos de especies necesitan para vivir.
Nuestras islas, de origen volcánico, surgen de las profundidades del mar y se alzan como rascacielos viniendo de las entrañas del océano. De este modo se entiende que sean escasas las plataformas costeras en sus alrededores, donde algas y fanerógamas marinas puedan asentarse. Esta es una de las razones por la que la productividad en las aguas del archipiélago es escasa.
Sin embargo en algunas partes de las costas isleñas se obra el milagro, como en la marina de Arrecife, y un puñado de coincidencias geológicas, climáticas y geográficas hacen posible lo imposible y la vida tiene una oportunidad.
La oportunidad de esta historia tiene nombre y apellido, Zostera noltii. Una fanerógama marina que encontró su nicho en estas aguas iluminadas, templadas y que cada ocho horas con la bajamar la dejaban parcialmente emergida, justo lo que necesitaba. Su oportunidad se convirtió en la de muchas otras especies de plantas y animales que tal y como sucede en un gran bosque tropical terrestre, donde a la sombra de los grandes árboles se desarrollan miles de seres, aquí, en cada espacio que dejó libre la seba o sobre ella, encontraron un lugar en el que poder vivir: algas, peces, moluscos, crustáceos, equinodermos, etc.
Los años, el constante ciclo repetitivo de las mareas, y la quietud de las aguas, hicieron el resto, y la oportunidad dejó de ser una casualidad y se convirtió en un hecho.
Me cuenta mi abuela que bajaba a la marina por el muelle de la pescadería y remangada caminaba entre la seba, con cuidado para no pisar una morena huidiza Muraena augusti o una santorra amenazante Maja squinado. Con las conchas de las almejas Haliotis tuberculata coccinea se hacían ella y sus hermanas los cacharros de la cocinita de sus juegos y entre cabosos y barrigudas, estrellitas de mar, erizos violetas, y tantos otros compañeros de juegos, deshacían las tardes hasta la hora de la cena, allá cuando.
Yo no lo vi, a mí me lo contaron, pero otras personas lo vieron y lo vivieron como el escritor Félix Hormiga. Sus palabras, que son sus recuerdos, se mezclan con las imágenes tomadas en el 2004 por fotógrafos submarinos y las explicaciones de científicos e investigadores del ámbito marino canario, que llevan años dedicados a la ardua tarea de descifrar los misterios de nuestras aguas, en un libro que cuenta, como todos los libros, una historia.
Estoy convencida de que en la marina de Arrecife se dan los ingredientes de una buena historia. Un comienzo incierto, porque a pesar de las pistas que el tiempo ha dejado para que las rastreen los científicos, nadie estaba allí para tomar cuenta de los acontecimientos. Osadía, la de aquellos primeros colonos vegetales, que dejando la placidez de la vida en tierra, se adentraron de nuevo en el mar. Oportunidades, la de las especies que a la sombra de la seba vieron con buen ojo un lugar en el que dejar sus crías y sus huevas para que tuvieran un lugar seguro en el que desarrollarse lejos del alcance de los depredadores que acechaban por fuera de los arrecifes, y para los que las aguas someras eran insalvables. Sexo, el que sin duda practicaban muchas de las especies que han sacado adelante unas generaciones tras otras y luchas encarnizadas, usando todo tipo de armas, químicas y físicas, por la ocupación del más mínimo espacio en un medio en el que “agarrarse” al agua es muy complicado. También hay traiciones, maldades, descuidos, fatalidades y desidia. Y somos nosotros sin duda, los protagonistas de esta parte del cuento.
El final de esta historia está abierto, pese a lo que muchos vaticinaban. A pesar del daño causado, la vida se agarró con fuerza y la oportunidad se pudo seguir dando, pero las investigaciones realizadas en los últimos años indican que la cuenta atrás está en marcha.
Podremos hacer como que no va con nosotros, mirar para otro lado, pensar que son otros los que con su dinero o su poder tienen el desenlace de esta historia en sus manos, pero sabemos que eso no es cierto. Todos tenemos un modo de contribuir a que el final siga abierto, lleno de posibilidades. Donde la oportunidad se dé una y mil veces más y en el que le podamos devolver a este trozo de costa lo que nos ha dado, que es mucho: un nombre, una fuente de riqueza agotable y un legado ecológico biodiverso y único.
Tenemos el derecho y el deber de entregar en las mejores condiciones posibles a nuestros hijos esta herencia, mostrándoles cómo deben pasar el testigo a las futuras generaciones, permitiendo que un puñado de casualidades sigan haciendo de nuestra costa el inmenso laboratorio marino que es, muy a pesar de nuestros actos.
Rut María Hernández Toledo, Lic. Biología Marina.