LEYENDO CON PABLO
Hacía tiempo que no hablábamos. Aprovechando la época estival, Pablo se había marchado de vacaciones en busca del fresco del norte y desde allí me envió una foto, vía wasap, con el paisaje que se veía desde la ventana de su dormitorio. Hacía apenas unos años que se había comprado una casa en el campo escapando de la tórrida y ruidosa capital.
—Hola, Tuvalito, ¿cómo estás?— me decía, llamándome cariñosamente con ese apodo por mi pasión por esas remotas islas del Pacífico.
Tras una serie de saludos, risas y envidia sana por sus vacaciones, pasamos a hablar de uno de los temas que más teníamos en común, la lectura.
—Mira el libro que estoy leyendo— me escribió, enviándome una foto de la portada.
Curiosamente yo tenía el mismo libro en la estantería de mi biblioteca aún sin leer. Lo había intentado pero no me atrajo lo suficiente y lo dejé para una mejor ocasión. Pablo, obstinado como él solo, no podía consentir que yo no leyese el libro que tanto a él le entusiasmaba. Por ello comenzó a hablar de la isla de Corfú y de Lawrence Durrell, autor de la novela.
—Iremos a Corfú cuando ambos terminemos el libro— me quiso convencer.
Era un sofocante verano y los incendios estaban arrasando muchas zonas del Mediterráneo, cebándose especialmente con las islas griegas.
—No es el mejor momento para viajar a Corfú— le contesté. Se está quemando. Pero siempre nos quedará Tuvalu, si lo deseas. Allí no hay incendios —yo erre que erre con el destino de mis sueños.
—¿No leíste la primera parte de la trilogía?— insistía él. Quizá el leer antes las peripecias de su hermano pequeño describiendo la isla desde otro plano, ayuda. Tuvalu nos espera sí, y tienes que reclamar su corona. Me adhiero a tu causa para hacer justicia— sentenció para seguir convenciéndome.
—Gracias por la recomendación. Lo leeré— le prometí y así hice. Y sí, Tuvalu se agota. No nos queda tiempo. Mi reino se ahoga. Es ahora o nunca —continué con la broma.
—¡Cojamos el primer hidroavión que salga!— sentenció. Saltaré por la ventana cuando llegues a buscarme y cruzaremos ese océano inmenso hasta llegar a tu reino.
Curiosamente siempre nuestras conversaciones nos llevaban al mar, quizás por poetas, pintores, escritores o quizás aventureros. Quizás por nuestra lucha constante contra viento y marea, o por hundirnos en ocasiones para terminar flotando. Sabíamos que en el mar, después de la tormenta siempre llega la calma.
Después de cuarenta minutos de conversación, ambos tomamos el libro y leímos, cada uno en su ambiente. Todavía no hemos viajado juntos ni a Corfú ni a Tuvalu.
Yo me quedé en mi isla y él volvió de nuevo a la capital después del verano.
No, nunca viajamos juntos a esos lugares, pero leyendo Trilogía Mediterránea aprendimos palabras nuevas y expresiones como ”apariencia byroniana” o “versos naupacticanos”.