LA PASADA NAVIDAD

LA PASADA NAVIDAD

Recogió los platos, apagó la vela y así daba la Navidad por terminada. Su cena había consistido en una lata de albóndigas calentadas en un hornillo y dos naranjas. Fuera seguía nevando, aunque mañana pareciera que ese paisaje blanco ya no era necesario una vez acabadas las fiestas. Hacía mucho más frío del que le habían dicho antes de venir , y su única estufa era el fuego que hacía con la leña encontrada y el par de mantas con las que se cubría.

Cuando estaba en su país, veía en la televisión escenas de las fiestas europeas y siempre las envidió. Todo resultaba ser alegre en la propaganda televisiva. Este su segundo año en Europa se había dado cuenta que no todo era tan bonito, o al menos no todos lo vivían así. Es más, nada de lo que había vivido este tiempo tan lejos de casa había sido bueno, aunque la decisión de venir había sido suya y solo suya. Aún continuaba con las pesadillas, a pesar del tiempo transcurrido, recordando la horrible travesía desde el continente africano a Europa.

Tras tres meses escondidos en el desierto les embarcaron en una barcaza a motor, a él y a otros veintitantos desconocidos más, tras el desembolso previo de tres mil euros. Era noche clara de luna y parecía que cada una de las estrellas se reflejaba en el mar. Se sentía feliz. Era el tramo final para cumplir su sueño.
Las aguas estaban muy tranquilas y solo se oía el motor de la barcaza cuando comenzó su recorrido hacía un destino incierto. Tras un día y una noche ya recorridos, cuando la sed le rascaba la garganta, el mar se agitó con virulencia al comienzo de una negra tormenta. Tras las embestidas de las olas contra las maderas, el motor dejó de sonar. Todos se agarraron de la mano y se miraron aterrados.

Fueron unas horas, no sabría decir cuántas, de gran agitación. El chaval que estaba agarrado con sus dos manos a la madera, no resistió la sacudida y cayó por la borda. Nadie intentó ayudarle. Hubiera sido un suicidio. Tras él varios más también cayeron al mar, entre los gritos de todos, los golpes de las olas y el fuerte viento. Al amanecer, el mar de repente se calmó. Unos débiles rayos de sol penetraban entre las nubes ahora menos oscuras. Se hizo el silencio. Todos mojados temblaban de frío. Respiraban con ansia. Nadie habló durante horas, nadie hasta que alguien levantó la voz señalando tierra. Entonces, una minoría gritó y la mayoría lloraba. Remando con sus propias manos, alcanzaron la orilla. Solo eran la mitad de los que habían iniciado el trayecto. Corrió, corrió hasta separarse lo suficiente del mar. Nunca más quería volver a verlo.

Dos años después, malvivía en una ciudad del centro, sin papeles, sin trabajo y sin una paga. Dos años después no vive mejor de lo que vivía, pero tampoco puede regresar.