Época de piratas
Eva nadaba hacia él después de escuchar su voz llamarla desde lo alto. Había estado mucho tiempo, demasiadas horas, metida en el mar y agarrada a las rocas, escondiéndose de los piratas que llevaban días asolando una isla sumida en la pobreza y mermando su población. Había podido ocultarse tirándose al mar cuando supo que subían ya por el interior, comprendiendo que iban a por los pocos habitantes que quedaban en las aldeas del norte. Al oír el grito de Beltrán llamándola, consideró que el peligro había pasado y se soltó de las rocas nadando hacía donde intuía su voz. El mar estaba extrañamente en calma esa tarde y el desasosiego crecía por la distancia que les separaba.
Cuando Beltrán la vio, lanzó al agua una cuerda para que ella, ya exhausta, pudiera agarrarse. La ayudó a subir y se fundieron en un largo abrazo. La carencia afectiva motivada por el tiempo sin verse alargó demasiado ese abrazo en el que no hubo palabras. Ella, mujer fuerte, apenas soltó una sola lágrima que se confundió con el agua de mar de su cara mojada.
La noche cayó rápidamente. Había luna nueva y, por consiguiente, la oscuridad era absoluta en el camino de vuelta. Hacia el este, tras la Montaña Grande, todavía se intuía la claridad de la puesta de sol.
Al llegar a la casa, sin haberse topado con nadie por el camino, se encontraron con los muebles destrozados. Beltrán recostó a Eva sobre el catre con la intención de que descansara y curar sus manos ensangrentadas. Salió hacia el aljibe en busca de agua mientras ella, con los ojos rojos por el salitre, le vio desaparecer tras la puerta.
No había pasado un minuto cuando un estruendo como de calderos o enseres metálicos rodando por el suelo atronó en la casa. Eva se incorporó sobresaltada y se quedó allí sentada a la espera de ver entrar a Beltrán, pero ya sólo se escuchaba un silencio sepulcral y su acelerada respiración. Se levantó y salió con sigilo, con miedo de lo que pudiera encontrar en el exterior. Fuera de la casa todo era oscuridad, pero según llegaba al aljibe, lo vio sentado en el muro. Un hombre yacía a sus pies.
Beltrán… –dijo con voz temblorosa. Él trató de incorporarse pero volvió a caer sentado. Ella se acercó y vio una daga clavada en su pecho. De la herida manaba sangre que manchaba su ropa y caía al suelo formando un charco. Beltrán estiró el brazo queriendo tocarla, pero se desplomó sin poder decir una palabra y murió en ese momento a los pies de Eva, la que siempre fue el amor de su vida. Dicen que el grito de Eva se oyó hasta los pueblos colindantes y cayó llorando junto a Beltrán, mientras dos piratas salieron tras la casa corriendo asustados por el bramido enorme que resonó en la ladera de la montaña.