Teguise, 600 años de historia

M.J. Tabar

En 1402, en el centro de una isla volcánica emergida del Atlántico, en la encrucijada de la madre África, la vieja Europa y una América a punto de ser colonizada, unos campesinos ven pasar los días en buena simbiosis con la naturaleza. Un día, todo cambia. Un grupo de  normandos desembarca en la playa de Las Coloradas y trastorna la vida del poblado de la Gran Aldea. 

Siglo XV. El hombre empieza a considerarse el centro del mundo, las monarquías desarrollan sus complejos sistemas burocráticos y comienza la era de las exploraciones. En Normandía, los conflictos con el limítrofe reino de Navarra son constantes y se vive un constante juego de tronos. En la pequeña Grainville, la casa real francesa incendia el castillo de los Bethencourt porque uno de sus miembros es partidario de los navarros. El nieto del traidor, Jean, es acogido en la corte francesa.

Poco años después, el joven Jean adquiere en Génova suficientes conocimientos náuticos y geográficos como para plantearse una expedición a unas islas llamadas Canarias que ya había pisado un tal Malocello alrededor del año 1312. Le llegan noticias de que en ese archipiélago abundan tintes naturales como la orchilla, la sangre de drago y la tierra bermeja, materias primas muy apreciadas y valiosas para la boyante industria textil.

Decidido, el noble normando vende todos sus bienes y en 1402 se marcha a la ciudad portuaria de La Rochelle para organizar su expedición. Allí conoce a Gadifer de la Salle, que se suma a sus planes piráticos. La isla de Lanzarote había sido identificada por primera vez en el portulano dibujado por el mallorquín Angelino Dulcert. Por fin, las Canarias dejaban de ser “Las Afortunadas de Plinio” y se convertían en islas reales y localizables.

Jean y Gadifer arriban un año más tarde al islote de Alegranza y, días más tarde, desembarcan en la costa sur de Lanzarote, levantando un campamento en la playa de Las Coloradas. Guadarfía, rey de los majos y máxima autoridad insular, les ofrece sus respetos. En Le Canarien, la crónica que escribieron los normandos de la conquista de Canarias, un grabado muestra a Guadarfía arrodillado ante una pila bautismal, convirtiéndose a la fe cristiana. La historia de la conquista está llena de litigios entre los propios conquistadores. En una segunda expedición, otro hidalgo Bethencourt de nombre Maciot llega con nuevos pobladores y se casa con Teguise, la hija de Guadarfía: es el fundador de la villa de Teguise, acusado en su momento de déspota y esclavista.

En 1418 los normandos venden el reino de Canarias al sevillano Enrique de Guzmán y se instaura un nuevo marco legal en la isla: empiezan a funcionar los Consejos, los Cabildos y las mismas normas que se aplican en los señoríos andaluces. No podría haber sido en otro sitio sino en el poblado de Acatife, que reúne las mejores condiciones de todo el territorio: una atalaya, la de Guanapay, desde donde otear la llegada de navegantes inesperados, buenos suelos para la labranza y el acopio de agua… La nueva villa de Teguise se convierte en la capital del incipiente reino de Canarias.


Las razias del marqués
Uno de los nombres fundamentales de la historia de Teguise fue Agustín de Herrera, nacido en la villa en la primera mitad del siglo XVI. Era un hombre muy vinculado a la casa real española. Apenas tenía dieciocho años cuando emprendió, con licencia real, su primera expedición a Berbería para capturar esclavos, razia que repitió desde entonces una vez al año. Con la gente que apresó formó una milicia morisca para defender sus dominios insulares. En 1567, Felipe II le recompensó con el título de conde por los servicios que prestaba constantemente a la monarquía en la disputada costa africana y por ser un excepcional centinela de las rutas atlánticas. Su entregada defensa de Azores y Madeira le valió el nombramiento de marqués de Lanzarote.
Su palacio ocupaba originalmente una manzana de Teguise, villa que convirtió en el centro político y social de Canarias. El enorme edificio, que hoy ocupan seis viviendas, fue la casa de gobierno de Lanzarote, sede del cabildo de entonces y uno de los principales objetivos de los piratas berberiscos. En 1618, un ataque pirático casi consigue destruirlo por completo. Se tuvieron que traer de La Palma vigas, tablones y balaustres de madera para reconstruirlo con ayuda de canteros, herreros y albañiles especializados de otras islas.
Bajo sus magníficos techos de madera se reunían capitanes, alcaldes, señores, regidores y gobernadores. Ocupaba la parte trasera de la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe y limitaba con el actual Callejón de la Sangre, la calle Herrera y Rojas, la calle Espíritu Santo y la antigua mareta grande. El tiempo y los litigios fueron devorando los materiales y arruinando el palacio. El pleito por los derechos sobre las islas duró casi un siglo. En este intervalo de tiempo, familiares, encargados y apoderados fueron desmantelando la casa y llevándose sus enseres. Las puertas, las ventanas, los techos y la noble cantería fueron aprovechadas en otras construcciones de la villa y para construir el balcón y la actual portada de la casa. En el siglo XIX se reconstruyó tratando de imitar la mansión original y durante las obras se encontró un panel con grabados podomorfos y fragmentos de la antigua arquería. Puede que en el siglo XXI pueda convertirse en el museo de historia que la isla necesita.

Argote de Molina
Todavía no había cumplido los dieciséis años cuando Gonzalo Argote de Molina se embarcó en una batalla naval contra los turcos para conquistar un estratégico peñón frente a las costas marroquíes. Nació en 1548 en Sevilla y desde su más tierna juventud se puso al servicio militar del rey español, ayudando a sofocar la rebelión de Granada y deteniendo salteadores en las sierras de Jerez y Ronda.

No se sabe si fue en Sevilla o en Madrid donde conoció a Constanza de Herrera, hija del primer marqués de Lanzarote. En 1586 tuvo un papel crucial cuando el corsario berberisco Morato Arráez invadió la isla y capturó a su esposa. Argote negoció el rescate en la galera del turco, custodió el castillo de Guanapay y participó en la resistencia en la cueva de Los Verdes, entre cuyas oquedades se escondieron muchos lanzaroteños. La población vivía atemorizada, escrutando el mar. En medio siglo, la isla sufrió cinco terribles ataques piráticos que se llevaron cautivos a 1.600 lanzaroteños.

Tiempo después, Argote pasó dos años en su Sevilla natal y terminó de imprimir Nobleza de Sevilla, un libro que dedicó a Felipe II. Su interés por los libros de heráldica y caballería, y sus ganas de convertirse en marqués de una isla como Lanzarote, le hicieron granjearse la fama de hidalgo “soñador y megalómano”. Incluso llegó a decirse que inspiró al protagonista de Don Quijote, ya que Argote debió de compartir aula de gramática con Miguel de Cervantes.

En 1589 regresó a Canarias y aquí se quedó. Ordenó la fundación de un convento dedicado a la virgen de Miraflores en Teguise para hacer cumplir la última voluntad de Sancho de Herrera. En vez de ubicarlo en la huerta de Famara donde deseó el fallecido, Argote y los frailes decidieron que no era un lugar seguro y eligieron un nuevo emplazamiento, al sur de Teguise. El convento fue pasto de las llamas en 1618 y sus obras de arte, robadas. Se reedificó años más tarde hasta que en 1835, la desamortización de Mendizábal supuso su cierre y entrega a la administración civil.

De este lugar donde yacieron los nobles de Lanzarote sólo queda hoy la iglesia transformada en sala de exposiciones y en espacio para actividades culturales. En 1973 se restauró, pero durante las obras cuatro altares de madera fueron destruidos y la lápida del marqués fue arrancada y arrojada a los escombros.

600 años de historia
La Villa de Teguise celebra este año sus 600 años de fundación con una programación de actividades culturales que incluye conferencias impartidas por historiadores, charlas en centros educativos y exposiciones sobre el importante fondo documental que conserva el Archivo de Teguise. La web del archivo recopila fotografías, documentos y biografías que profundizan en la historia de la villa, declarada conjunto arquitectónico histórico —artístico por el valor que guardan sus callejones angostos y todos los acontecimientos que en ellas se desarrollaron.