REAPARECIDOS
El proceso con él fue el mismo que con muchos otros. Lo detuvieron por alguna clase de subversión física o intelectual, verdadera o falsa. Lo amordazaron y lo torturaron durante tiempo indefinido. Cuando ya no pudieron sacar más de él lo subieron a un avión y, todavía amordazado, todavía vivo, lo lanzaron al océano en medio de la noche desde una altura de tres mil metros. El destino era previsible: morir en el aire de un infarto, morir en el choque contra el mar o morir ahogado, o morir de hipotermia en el hipotético caso de sobrevivir a las tres primera opciones. Era un viaje de ida. Afortunadamente, a veces la vida nos regala historias que desafían cualquier tipo de previsión realista. He aquí el viaje de vuelta.
Gracias a su vieja habilidad para dislocarse el hombro y cierta negligencia en el anudado, tuvo tiempo de dejar a punto las mordazas que le ataban las muñecas antes de ser lanzado. Una vez en el aire, su experiencia como paracaidista en el ejército le habilitó para mantener el equilibrio al tiempo que terminaba de quitarse también las mordazas de los tobillos. La ausencia de nubes se alió con la luna llena para avisarle del momento del impacto y prepararle para la caída, lo mas vertical posible. Malherido, se las arregló para no ahogarse durante la noche y, ya de día, el azar quiso que un barco de pescadores lo encontrara. Fue conducido a puerto seguro y, una vez recuperado, voló bajo otro nombre rumbo a su exilio en el otro continente, donde escribió su testimonio. Todo manuscrito es inmortal mientras dura. El azar quiso que mi periodo de vida coincidiera con el de este y así, hace unos días, pude leer lo aquí narrado.
El paso del tiempo tiene la ventaja de aliviar ciertas tensiones. Muertos los verdugos y muertas las víctimas, y pasadas las generaciones, las emociones mutuas van asimismo muriendo, lenta pero inexorablemente. Desde esta perspectiva, mas imparcial, se advierte fácilmente cómo las historias de los hombres se parecen sospechosamente entre sí. Es una conclusión que nos lleva al pesimismo (el ser humano está corrupto, es el parásito del mundo, etcétera). Pero esta es solo una manera parcial de ver las cosas. La historia aquí narrada nos muestra la otra cara de la moneda. En toda historia de verdugos y víctimas existen también héroes anónimos cuya entereza e integridad les lleva a realizar, casi sin quererlo, hazañas extraordinarias. La aparente insignificancia de tales hazañas y nuestra propia tendencia hacia el melodrama les convierte en objetos perfectos para ser eclipsados ante el espectáculo fúnebre de las grandes tragedias. Pero está en nuestras manos elegir qué parte de la historia queremos recordar. Un rayo de luz en la oscuridad no solo alumbra, también da calor. La historia se repite tanto para lo malo como para lo bueno. Anécdotas como esta nos arrojan un incontestable mensaje de lucha y esperanza, y nos enseñan, si es que lo queremos ver, que en el corazón del ser humano, una pequeña y simple hazaña de un solo hombre bueno tiene el poder para redimir a toda la humanidad.