Lanzarote, 25 de septiembre de 2016

Myriam Ybot

Hola, cariño, ¿cómo estás?
Perdona mi tardanza en contestarte, pero últimamente he estado fastidiada con unas jaquecas densas e interminables. Dice el médico que ahora es normal, que le pasa a muchas mujeres de mi edad e incluso más jóvenes, así que no te preocupes. Hoy ha soplado el Alisio, aquel viento que tanto nos molestaba antes, y el alivio ha sido tan inmediato que he aprovechado para escribirte.
Por aquí las cosas siguen igual, tratando todos de adaptarnos a la nueva situación. Bueno, todos no, cada día me entero de familias, amigos, antiguos compañeros de trabajo que deciden abandonar y marchar lejos. ¡Cuánto me alegro que cuando sucedió todo esto te pillara fuera!
Así que ni te plantees venir a visitarme, al menos por ahora. A ver si llegan las ayudas prometidas, aunque va para seis meses y no parece que se mueva nada después del escándalo de los primeros días.
Dicen que en los tiempos que corren no puede destinarse mucho presupuesto, que hay otras prioridades, que se ha creado una comisión al efecto para buscar vías de financiación plurianual, planes de empleo y subvenciones para las familias más afectadas... ¡Eso lo he copiado del periódico, lo habrás notado!
También nos piden que colaboremos. Aseguran que de esta crisis saldremos reforzados, que una sociedad responsable debe arrimar el hombro para contribuir a la vuelta a la normalidad y a un futuro de progreso para todos, algo así. Y creo que la mayoría de los que quedan lo hace en función de sus posibilidades.
Me vienen a la cabeza aquellas mañanas de sábado limpiando Famara de plásticos y restos de redes, niños y mayores con guantes, arrastrando enormes bolsas de residuos, las risas y esa sensación de formar parte del mar, del risco, del jable...
Ahora no es lo mismo. El trabajo es muy duro, prohibido para los menores y personas con alergias o problemas respiratorios. Tampoco el ambiente de alegría y colaboración de entonces ha vuelto. Los gestos son de tristeza, enfado o incluso resignación, pero nunca de felicidad, nunca de conexión con la naturaleza.
Tampoco reconocerías el Charco que disfrutaste tan bullicioso y animado, con tanta gente paseando, haciendo deporte o charlando en una terraza. Ya sabes que el desastre nos alcanzó de lleno y se coló hasta nuestros pies, hasta el borde de la ribera. A marea llena se lleva mejor pero cuando baja es horrible: el olor nauseabundo de los peces muertos alcanza hasta Altavista.
Te lo tengo que confesar, cariño, porque si no, reviento. No sabes cuántas veces he recordado tu insistencia para que saliera a la calle a exigir que se parara eso del petróleo. Que te acompañara con una de esas pancartas a reclamar, según decías, que no se pusiera en riesgo nuestra isla, nuestra vida. Y yo que nada. Que no había para tanto, que seguro que al final no ocurriría.
Por eso, tesoro mío, aunque insistes en que me vaya a vivir con ustedes lejos de todo esto y te lo agradezco, no puedo hacerlo. Tengo que quedarme a reconstruir la isla que conocimos y evitar que se desaparezcan para siempre la memoria dichosa de tu infancia y los años más felices de mi vida, embadurnados de piche y desconcierto.
Muchos besos a Isa y a los niños y uno muy, muy especial para ti.
Mamá