EL SEÑOR DEL MAR
Esta vez dejó que me entretuviese entre sus ondas, que me envolviera su espuma; me dejo estar allí en el momento en que abrazaba al sol y el cielo se volvía rojo y él cada vez más plata, cada vez más profundo, cada vez más yo. No siempre me dejaba.
Lo había tocado muchas veces, cuando solamente era un mineral líquido, frío en mi piel; lo había probado, cuando lo dejaba alojarse en mí, sin querer, salado, en la punta de la lengua; lo había olido, cuando invadía el aire y ponía una tormenta como excusa para volar y posarse sobre la tierra árida, culpando al viento de su malestar; lo había escuchado, de mil maneras diferentes, estar ahí, arrastrándose e inundando la orilla, siendo inmenso a lo lejos o sordo y extraño cuando me encontraba dentro de él, envolviendo la Tierra, envolviéndolo todo. Lo había sentido de muchas maneras, pero esta vez era diferente, había algo extraño.
Lo vi entonces, mientras andaba distraída junto a la orilla.
De mediana estatura y un poco rechoncho. Alguien con unas cuantas cicatrices de esas que sólo sabe hacer el tiempo. Arrugas que aparecían sobre una piel no excesivamente curtida, en el poco espacio que quedaba al descubierto entre su poblada y blanca barba y unas gafas de sol oscuras, como de aviador. Estaban hechas de sonrisas, de llanto, de haber contemplado muchos amaneceres y puestas de sol, hechas de tiempo. Su pomposa cabellera blanca imitaba la espuma del mar, rebelde y rizada sobresalía por debajo de un sombrero negro uniéndose por delante de las orejas con la barba.
El conjunto era, cuanto menos, curioso. ¿Qué escondería? Sin duda sería un continente acogedor donde deberían haber anidado y madurado infinitud de aprendizajes, experiencias …o eso quería creer yo. Cuando nos lo encontramos, el mar fingía ser inerte, calmado, autista. Yo, como digo, paseaba de su mano.
El señor de pelo blanco debió notar que me quedé mirándole, debió sentirse observado porque desde donde se encontraba, sentado en el soco de una casa, al abrigo del viento y al resguardo del sol, de un brinco se puso en pie y me miró. Sólo me observó a mí, a la presencia del mar ya se había acostumbrado.
Se acercó, despacio, con las manos en la espalda, tranquilo.
–¿Te sorprendes?– Me dijo. No pude articular palabra. Y soltó una carcajada sonora. Entonces, me miró por encima de sus gafas, agachando un poco la cabeza y elevando las cejas. Sus ojos eran de un azul claro intenso
que no me esperaba, con manchitas más oscuras en el iris y pupilas pequeñas, había mucha luz. Resaltaban entre todo aquel marco de pelo blanco; nunca había visto una mirada así.
–No me mires a mí, míralo a él.– Me dijo mirando al mar con un gesto de cabeza, sin apartar sus manos entrelazadas de la espalda, como con indiferencia. –¿Cómo lo ves hoy?– Él es el lienzo donde dibujas tus anhelos, donde se proyectan tus dudas y tus miedos, tus ilusiones, tu amor …eres un ser evolutivo, en cuya perfección está el cambio, lo ves en cada momento de manera diferente porque lo interpretas según los patrones e influencias de tu mente. Son formas no sostenibles, porque tú no eres sostenible en el tiempo, debe ser así. El entorno te transforma y entonces tú vuelcas en él un modo de interpretarlo, un diseño que no se libra de tus ideas preconcebidas.
Mientras hablaba, los dos mirábamos al horizonte, luego, se hizo un silencio y una racha de viento puso un mechón de pelo sobre mis ojos, mientras lo apartaba, me volví para buscarlo; ya no estaba. Juraría que esa imagen existió, al menos lo hizo en mi cabeza, tal vez, fue sólo un fruto más de la mente.
Y me dejó ahí el señor misterioso, de nuevo entretenida en el mar … ¿O eran una misma cosa?
Esta vez no era frío, ni salado, ni inmenso, ni profundo, era todo eso a la vez, no era nada, era yo. Lo percibía de manera extraña, sin sentidos, sin piel, sólo con ideas, todas mezcladas, sin identidad. Entonces entendí, pude ver que mi percepción anterior estaba hecha de retazos, de maneras de interpretar. Él siempre había sido el mismo, inmutable.
Así me abrazó de nuevo, vagando, libre de interpretaciones, dejándolo ser él y yo, procurando simplemente contemplarlo.
* Gracias a Boro y a su hermano por habernos hablado, por servirme de inspiración