Nº64
Refugiado a la sombra de un sol de diciembre, junto al parque, observaba a un niño sentado en su columpio con la mirada anclada en la punta de sus zapatos. El pequeño permanecía inmóvil, con las manitas agarradas a la cadena y los piececitos colgando a un palmo del suelo. A pocos metros su padre entablaba una conversación con un matrimonio que también permanecía en silencio. Ella, más interesada en dormir a su bebé que en escuchar al desconocido, trataba de evitarle la mirada.
Una y otra vez repetía que a pesar de que su mujer le había abandonado él rezaba todos los días por ella, que el señor le estaba poniendo a prueba, que si la enfermedad, que si esto y que si lo otro... Ya pasado un tiempo la mujer dejó a los dos hombres solos y acercándose al niño comenzó a balancearle suavemente, de manera muy, muy tierna, como una madre.
—Menuda chapa les está dando— pensé yo.
Entonces el hombre levantando la voz, casi gritando, dirigió la mirada hacia su hijo y sentenció:
—No importa lo que digan los médicos, Dios tiene la última palabra y si quiere llevárselo ahora, que así sea.
En ese instante me recorrió un escalofrío por la espalda y de un salto me levanté del banco con ganas de ir a estrangular a ese imbécil. Pero no fue así, decidí alejarme mientras me compadecía por el niño y la pareja que seguían soportando a aquel tipejo. Al dar los primeros pasos escuché una voz extremadamente desagradable gritando:
—¡¡Da gracias al Señor!! ¡¡Hoy Dios nos ha querido poner en tu camino!!
Cuando giré la cabeza no daba crédito, era el padre del bebé quien con las venas de la yugular saliéndose del cuello abrazaba efusivamente al desconocido.
Entonces pensé... “Dios los CREA y ellos se juntan”... y seguí caminando en busca de otra sombra.
Aquel episodio me hizo pensar... ¿Cómo sería mi vida si hubiera creído en Dios? o mejor aún, ¿cómo sería vuestra vida si yo fuera Dios?
... Haría el amor con el demonio hasta convencerle y al resto de dioses los desterraría del cielo. Convertiría las guerras en polvo y los ejércitos desharrapados y vencidos, barrerían minuciosos cada rincón de la tierra.
¡Arrancaré el sexo a los que os señalen por el sexo! Desnudaré la piel a quienes os juzguen por la piel, expulsaré de la tierra a todos aquellos que mancillen la tierra. Por cada vez que odies amarás mil y mil serán las veces que te amen. En la mesa no faltará pan, pero no serán manos hambrientas quienes os lo amasen; dispondrás de toda el agua necesaria, pero jamás lo olvides, cada gota que derrames serán tus lágrima perdidas en la lluvia. Y en las noches de invierno, la lumbre calentará e iluminará tu hogar, así como lo hará con quien buscando refugio llame a tu puerta. Auxiliarás a quienes sufren y no conoces, y si en tal azaña tropiezas, no dudes, será un desconocido quien acuda a levantarte. No deberás temerme como no temerás que te ame, pero si un día enfermas, en tu lecho de muerte será la verdad quien te consuele, no te acompañaré porque no existo, te morirás vivo porque naciste.
Y si mi mensaje no penetra en vuestros corazones, continuaré mi camino buscando otra sombra donde predicar, gritando que vivimos segundos desperdiciando horas, que las agujas del reloj se adelantan con cada suspiro y entre los labios de quienes amamos se encuentran las manecillas.
Todas aquellas y aquellos que no creéis en mí palabra, creedme, dar gracias a vuestro Dios que no existo.