Nº 49

Fernando Barbarin

La primera vez que me manifesté frente a los juzgados de Iruñea (Pamplona) juzgaban la interrupción del embarazo de una joven de diecinueve años. Silvia, desconociendo que estaba embarazada, se sometió a doce sesiones de radioterapia. Cuando se enteraron, los médicos le adviertieron del alto riesgo que suponía esto para el feto. Mi espalda recuerda perfectamente el sonido de aquellas porras dispuestas a restaurar el orden ante nuestras peligrosas proclamas reivindicando el derecho a un aborto libre y gratuito.
Las mujeres, siempre perdéis...
Siempre perdéis porque sois humanos con tara, hombres sin un apéndice entre las piernas, un trozo de carne para devorar y una frágil dama a quien proteger. El sexo débil que acarrea con las tareas más duras. Hasta hombres que aman hombres, cinta en mano deciden sobre cada centímetro de vuestras curvas. Es más, incluso los hombres que luego son mujeres, son defenestrados inmediatamente a otra capa social, un espacio reservado también para mujeres que aman mujeres y mujeres alquiladas por hombres. En Iruñea las mujeres son bordes cuando las abordas. En Iruñea las mujeres siendo bordes han logrado que no las agobien. Por eso empatizo con las feministas radicales, porque ejercen de dique de contención ante la cultura de la testosterona y palillo. Muchos piensan que deslegitiman su causa; yo no. Las mujeres no son una opinión: hay que respetarlas y si no, temerlas.
Es probable que alguna me vea como su enemigo y cuestione lo que escribo, probablemente tenga razón y hable de lo que no sé. Yo tengo badajo, soy blanco y vivo en el primer mundo. No voy de progre, para mí es lo mismo una directiva agresiva con maletín que un ejecutivo despiadado con corbata. No creo en esa igualdad; la verdadera simetría se dará cuando veamos a una mujer tendiendo la ropa y nos parezca normal, no como ahora, que vemos a todas las mujeres tender la ropa y nos parece normal. Hay mujeres que han luchado por el derecho a ingresar en el ejército, reivindicar el puesto en la sucesión monárquica o poder oficiar misa. A mí esas mujeres no me caen bien. Hay mujeres que no me gustan, existen tantas tontas como tontos hombres. A otras muchas las admiro, no como lo hace el turista frente al venerenable anciano de una tribu africana. No, las respeto como lo hacía en el patio de la ikastola (colegio). Y todo esto sucede por una sencilla razón: me educaron para no ser un neandertal.
He conocido a una mujer violada por tres salvajes delante de su hijo, a otra a la que le sacaron parte del intestino tras ser sodomizada salvajemente entre varios hombres. También conozco a una chica intimidada a la salida de un bar y a otra manoseada por su maestro.
No conozco a la otra gran mayoría, las que viven sometidas a pequeñas dictaduras de coñac, siesta y sofá. A las que se refieren a ellas como “esta”. Mujeres ancladas a un delantal. Mujeres que observan cada mes como recortan su nómina, con la misma frialdad, que se hace con los billetes a la entrada de un cine. Las nuevas jóvenes víctimas de las nuevas redes...
En este país un tuit ofensivo sobre la figura de un dictador que impuso una cultura misógina y patriarcal es apología del terrorismo, pero puedes saltar libremente de canal en canal intoxicándote con programas y anuncios que denigran de forma obscena a la mitad de la población.
Pero esto, “forma parte de la democracia que entre todos nos dimos”... No entre todas, al parecer, aquellos padres de la Constitución tenían reservada una misión para todas aquellas madres... planchar la nueva bandera.

Juzgados de Iruñea (Pamplona): manada frente a manada.

Al final, las mujeres siempre perdéis.