Nº 46

Fernando Barbarin

-¿Te ayudo con las maletas?
Me preguntó un exitoso reportero cuando subía al tren que me llevaría rumbo a mis vacaciones.
Le agradecí el gesto cortésmente y aproveché para felicitarle por su labor periodística, que hasta ese momento consideraba impecable.
Y digo hasta ese momento, puesto que a día de hoy me consta que la finalidad de uno de sus grandes reportajes era intoxicarnos con información adulterada.
A las órdenes de su amo, sin duda...
Hoy para mí, es un periodista INCREÍBLE.

Yo, como tú, no puedo personarme en cada lugar del mundo para averiguar lo que está sucediendo. No puedo viajar en el tiempo para verificar que la historia que nos cuentan está bien escrita. No puedo colarme en el Banco Central Europeo para comprobar que los dígitos que veo en mi pantalla no son tan solo papel tintado. No dispongo de laboratorios para testar cada medicamento que lanza la industria farmacéutica. No soy Ministro del Interior para ojear calabozos y comisarías. No puedo sentarme en el consejo de ministros para saber quién gobierna. No soy miembro de tribunal Superior de Derechos Humanos para averiguar realmente quiénes los están vulnerando. No puedo someter a la prueba del polígrafo a todos los que sin ser mis amigos, me ofrecen productos y valores que pretenden mejorarme la vida. No puedo seguir el rastro de cada céntimo que paga en impuestos mi barra de pan. No puedo sumar las balas que se fabrican ni restar las vidas que quitan. No puedo olfatear el aire de todo el planeta para saber cuánto nos queda. No puedo certificar que Occidente lidera guerras sin otro interés que exportar democracia. Soy incapaz de comprobar que el niño de la foto con moscas en la cara hoy no tiene hambre. No puedo afirmar que los mecanismos de control, verificación e información son fiables. No puedo, y tú tampoco.

Hoy los medios se han adaptado al perfil social del consumidor, y por ello, la política se ha convertido en un producto más de entretenimiento. Una corrala televisada con gritos y aplausos, un anfiteatro con pesebre para tertulianos adiestrados.
Hoy los grandes grupos mediáticos te cuentan pero no te sensibilizan, muestran imágenes desgarradoras de conflictos que nadie nos explica para hacernos sentir a salvo en nuestro sofá. Así que acojonados, las preguntas se deslizan bajo nuestras posaderas, y terminan junto a palillos usados y algúna moneda perdida. “Virgencita virgencita, que me quede como estoy”.
Esa es la empatía efímera, la conciencia sedada, la siesta inducida en la que vivimos. Porque su verdadero propósito es el de enseñarnos a pensar lo que debemos opinar.

Los grandes medios de comunicación no informan sobre los grandes problemas del mundo, los crean. Manchan de tinta nuestras pupilas y masajean nuestras conciencias con los tentáculos de sus diferentes canales. Es el arma más codiciada por los poderosos: económicamente inviable pero estratégicamente imprescindible.
Los medios fabrican información que los usuarios consumen, porque la información justifica los medios.

Si el próximo verano me vuelve a ofrecer ayuda con las maletas, declinaré su ofrecimiento:
-Gracias, ¡por cierto! eres un periodista INCREIBLE.

A los mercenarios de la pluma.