IMARINA CORREA
Durante mucho tiempo mi sangre y yo fuimos una,
cada mes un regalo de flores rojas que crecían de mí,
del jardín escondido de mi cuerpo joven.
Un asombro, un regalo de amor dulce y doliente,
un amado misterio.
Pero esto acabó.
Y mi cuerpo quedó mudo.
Sin flores que ofrecerme cada mes.
Y tuve miedo.
Ya no sabía quién era.
Tanteaba mi espacio como ciega, mutilada,
sin el jardín feraz que me habitaba,
cómplice de mi amor y mi deseo.
Hube de buscarme en otros rincones hondos de mi cuerpo,
hube de cultivar pétalos de arena
donde hubo un jardín húmedo y tierno.
Empecé a recibir a esta mujer intrusa,
y acariciar mi vientre,
y acariciar mi sexo,
y acostumbrarme a ella.
Y agradecí las promesas cumplidas de aquella sangre mía,
hijos, amor,
juegos de sábanas revueltas con pétalos de aquellas flores rojas de mi jardín oculto.
Las carnes abiertas y tersas.
Y deseé amar y querer ser amada con cuidado y esmero.
Y vi cómo crecían otras enredaderas para enraizar mi cuerpo.
El de esta mujer nueva, en el corazón profundo de la tierra.
Ilustración: Fernando Barbarin