El hilo.

Alejandro Perdomo

A lo mejor en una esquina de la casa, en lo que es el final del marco de la puerta, o en el dintel. A lo mejor en la misma cintura del pasillo, esa llena de roces que quedaba detrás del teléfono, justo en ese pasillo largo en el que la casa del maestro de Haría perdía metros.
A lo mejor ahí, donde no lo buscaste, queda una muesca, un resto de esa pintura de rotulador permanente con la que siendo chinijo mi hermano empezó a pintar.
Estaría bien volver a casa, a esa casa, a ese universo en el que vivimos nuestros últimos días como familia.
Hasta ahora mismo no lo sabía, me acabo de dar cuenta (supongo que igual que tú), la estela que dejaba el trazo unía todos los cuartos de la casa. Hasta ahora mismo no supe que si hubiese tirado de ese hilo los cuartos, desperdigados por la casa, se habrían juntado...
No sé cómo decirlo, supongo que está en el subconsciente, en la vocación primera de la persona esa necesidad de mejorar lo que te rodea.
A los cuatro años mi hermano pintó la casa para envolvernos, para agarrarnos con su trazo, para que no nos separáramos, para que fuéramos la familia en la que él quería crecer... No hubo suerte, no lo entendimos.
Meses después mis padres se separaron, y en menos de un año ya no vivíamos allí.
Los artistas tienen que existir, tienen que crear, tienen que ser escuchados.
La casa se quedó con mi padre solo, que como buen guardián, decidió no tocar nada, dejó la mancha como si fuera una trastada, y el niño, el niño siguió pintando...
Cuando uno tiene hijos redescubre la condición humana, no sé si te pasó a ti, solo dura un segundo. Me refiero a ese primer instante en que lo ves y entiendes que desde la primera bocanada de aire somos como somos. Es posible que con la vida, con el rato que tenemos aprendamos alguna cosa, a conducir, a querer, a hablar, a controlarnos, a subirnos y a bajarnos de cualquier noria. Es posible que con el tiempo mejoremos eso que nos viene de serie, esa vocación, esa potencia primera que nos define.
Una energía nuclear.
Yo creo, hablando de él, que lo que mi hermano tiene dentro es la certeza inquebrantable de que esto puede funcionar, supongo más, creo que quiere que nos dejemos de broncas, que seamos hermosos, que vivamos en entornos hermosos, y para eso pinta.
Y así, con la dedicación de un artesano, con la determinación de un ingenuo, empezó una guerra que con el tiempo se volvió justa, hermosa e infinita.
Las imágenes que rodean a estas palabras son un diminuto aperitivo de un trabajo de más de veinte años, que alcanza la vida de miles y miles de personas en cientos y cientos de rincones (Canarias, Uruguay, Estados Unidos, Grecia, Bélgica, Reino Unido, Argentina, Paraguay, Brasil, Azerbaiyán, Francia, Alemania, Holanda, Méjico, Murcia, Barcelona, Pontevedra, Italia...).
Toda esa gente convive con la obra original de un artista que a su manera, con sus naves, sus peces, sus árboles, sus caras, su siluetas pone y deja para quien lo quiera ver, ese hilo, del que si tiras consigues que las casas, los bloques de edificio, las calles, las paredes ciegas, las medianeras, desperdigadas en su abandono... terminen juntándose.

Nada más noble..