Diabletes
Engendran un miedo atávico, infantil, que apela a la víscera misma. Ni Franco, ni la Iglesia católica, ni el capitalismo, ni la prisa posmoderna han podido con ellos. Los Diabletes de la Villa de Teguise son una de las tradiciones más antiguas de Canarias y el cascabeleo de sus esquilas sigue espantando a quienes conocen lo que viene detrás del sonido: un personaje enmascarado, con cara de buey y cuernos de macho cabrío, que lanza zurriagazos con un garabato (palo del que cuelga un zurrón) a diestro y siniestro.
Están emparentados con Los Carneros de El Hierro y con Los Buches de Arrecife. Y cualquiera que haya visto desfilar a los Zanpantzar de Ituren (Navarra) o a los Mamuthones de Mamoiada (Cerdeña) sentirá que está participando de un ritual semejante: ancestral, pagano y relacionado con la naturaleza y sus ciclos de vida y muerte.
Antiguamente el traje de los diabletes era de cuero y lo pagaba el propio Cabildo de la isla, con sede en Teguise, para que los danzantes ejecutaran su baile en la procesión del Corpus. Hay documentos que relacionan esta tradición con la llegada de los primeros esclavos negros y moriscos a Lanzarote, y poco a poco se transformó en bailes de pastores. Hasta hace no mucho, los vecinos de la Villa dejaban la puerta entornada y un puñadito de gofio y queso para alimentar al Diablete, que se cubre las manos con calcetines para no ser reconocido.