ARQUEOLOGÍA SUBMARINA, UN VIAJE EN EL TIEMPO

Rafael Mesa Presidente del CAS. PASTINACA


“ Habíamos perdido la noción del tiempo y sobre la tripulación planeaba un ambiente de desánimo. Los hombres, curtidos y férreos marinos se aferraban a la vida con la fortaleza que sólo un marino posee. Fue una desgracia divina que tras levar anclas en San Fernando, aquella galerna infernal nos llevara casi al fondo del abismo. Ahora, sin suministros y con importantes daños materiales en la nao, oteamos el horizonte a la espera de una señal que nos permita albergar alguna esperanza. Días después, lo habíamos logrado, estábamos a salvo fondeados en una isla conocida como Lanzarote, resguardados de los elementos y protegidos por la orografía singular. Sobre aguas turquesas poco profundas dedicamos los siguientes días a reparar el navío y aprovisionarnos de víveres. Varios candiles de iluminación y ánforas de aceite se habían roto tras la tormenta siendo lanzados por la borda dada su inutilidad. Corría el año del señor de 1690”.

El reloj marca las ocho de la mañana y el sol no ha despuntado en el horizonte, escondiéndose aún entre algodones. Es temprano, pero la ocasión lo requiere, no todos los días podemos realizar un viaje a otra dimensión.
Mientras sacamos los equipos, los primeros rayos solares iluminan nuestras caras a modo de bienvenida; no hace frío pero la cercanía de la mar lo inunda todo con su habitual fragancia.
Hoy nos espera el azul, un buceo más en nuestra dilatada experiencia pero que sin embargo, nos llena de desasosiego. Esa especial sensación de estar a las puertas de algo mágico y misterioso no se separa de nuestras mentes mientras nos pertrechamos con los complejos equipos de buceo.
El océano receloso de descubrir sus secretos, guarda celosamente una parte de nuestras historia. Esa historia está ahí abajo, paciente e inmutable a la espera de que alguien narre lo acontecido, hace quizás, miles de años.
Todo comenzó con las civilizaciones antiguas que florecieron y desarrollaron la cuenca del mar Mediterráneo. Griegos, fenicios y romanos se disputaron el control, el poder y el dominio en el entonces, primer mundo.
La expansión de estas civilizaciones dio pie a un floreciente comercio y al desarrollo de una poderosa cultura del mar. Surgían así las primeras flotas de comerciantes y de guerra: birremes, trirremes y galeras se disputaban el control estratégico del Mare Nostrum para imponer su dominio sobre el resto de comunidades.
En algún momento de la historia comenzó la exploración del gran desconocido, el Océano Atlántico. Inmenso y mitológico, cubría el horizonte creando una muralla infranqueable que poco a poco comenzó a ser explorada por diferentes pueblos y culturas.
Estas historias de expansión, logros y fracasos han cubierto el lecho marino de innumerables restos que como fiel huella han marcado la actividad humana a través de siglos de historia.
Hubo un tiempo, en el que el tonelaje de una embarcación se medía por el número de “ánforas” que era capaz de transportar. De este modo existían galeras capaces de albergar más de 5000 unidades, soportando pesos entres 100 y 200 toneladas de registro.
La ánforas y la cerámica en general forman parte indivisible en la historia del Homo Sapiens que comenzó a crear herramientas y utensilios, no sólo para cazar o cultivar, sino para conservar los excedentes de alimentos. Estos materiales arcillosos tienen la particularidad de conservarse muy bien en el medio natural y ofrecer al arqueólogo una extraordinaria visión de las diferentes culturas y sociedades que han existido a lo largo de la historia.
Una vez equipados, el grupo ultima detalles, comentando todos los pormenores de la inmersión. Cada buceador repasa meticulosamente su cometido, ilusionados por descubrir que se esconde ahí abajo, en las oscuras profundidades.
El agua fresca golpea nuestra cara mientras hacemos un último chequeo; no hay vuelta atrás, estamos a punto de comenzar un viaje hacía la historia. Ajusto mi cámara de fotos y oriento los flashes, ya estoy listo para descubrir qué se esconde en el azul.
Las islas Canarias albergan ricos yacimientos arqueológicos sumergidos. Lanzarote, por su especial orografía, características e historia, cuenta con dos importantísimos yacimientos. “El Rio” en la isla de La Graciosa y “La Bahía de Arrecife” frente a la capital de la isla. Ambas áreas cuentan con un valor arqueológico de primer orden, valores que deben ser respetados por todos y estudiados y divulgados como se merecen.
No podemos permitirnos agredir o destruir nuestro patrimonio arqueológico, sepultando bajo escombros o depositando a gran profundidad una parte de nuestra historia reciente. El pueblo que no valora y estudia su pasado, está condenado a no tener futuro.