A la Lanzarote manchada

DAVID MACHADO

Los campos de Lanzarote, anegados por aguas turbias y pestilentes, evocan una metáfora de nuestra realidad contemporánea. De estos terrenos hediondos nacen frutos que desafían la lógica, emergiendo plantas blancas y negras, reminiscentes de los millos enfermos que brotan en tonos violáceos y blanquecinos entre el rofe.
Este contraste simbólico entre la naturaleza y la corrupción, entre la vida y la enfermedad, es una invitación al lector a contemplar la dualidad de la existencia y la resiliencia inherente de la isla.
Lo vernáculo, aparentemente relegado a un rincón olvidado del pasado, es una cuestión crucial sobre la relevancia de la idiosincracia en el presente. Reflexionar sobre esta tensión entre lo antiguo y lo actual, sobre cómo estas fuerzas moldean nuestra identidad cultural, resulta esencial para comprender nuestra posición en el mundo.
En la búsqueda de una visión centralista de la realidad, los barcos y aviones nos transportan hacia centros de poder y cultura hegemónica, desviándonos de una introspección crítica sobre nuestras propias estructuras sociales. Agustín Espinosa, en su Primer Manifiesto de La Rosa de Los Vientos, nos recordaba la universalidad del espíritu humano. Sin embargo, una universalidad superficial tiene el riesgo de perder la particularidad cultural en la búsqueda de una despersonalización abstracta y homogeneizante. La memoria histórica de Lanzarote se enfrenta una erosión constante bajo el peso de un olvido colectivo que prima lo vacacional sobre lo local. Este fenómeno se manifiesta en la admiración de lo turístico y la marginalización de lo procesos propios, convertiendo la isla en una escenografía agradable al visitante. Mientras el continente se llena de ejércitos y guerras que se vuelven perennes, bajo la constante amenaza de un retorno a los conflictos de poder que han marcado la historia global, donde los viejos árboles que resistieron los bombardeos miran con temor al cielo, símbolos de resistencia ante los ciclos de destrucción y renovación.
¿Podremos en la isla utopía construir un oasis en vez de destruir el mundo? Al pisotear nuestras conexiones y procesos culturales, encumbrar lo plástico, el souvenir y ningunear lo local, Lanzarote se presenta como una entidad universal de memoria en conflicto, una suerte de ajedrez donde la partida la va ganando lo escenográfico sobre lo local. La comunidad, la vecindad y la vida en Lanzarote, aunque marcadas por el colapso ambiental y la degradación paisajística, encuentran en la resistencia y adaptación su verdadera esencia. El “adiós” que se convierte en “hasta más ver” aglutina la continuidad y la discontinuidad de la experiencia insular, mientras la melodía del arpista improvisando desde el otro lado de la bocaina vuelve a la actualidad, ¿pueden persistir las formas propias de concebir el mundo?
En esta reflexión, entrelazo memoria, identidad y cambio en un mundo en constante evolución. Lanzarote, atravesada por la interculturalidad y la conexión con otros pueblos, permanece como un símbolo de pensamiento y transformación. La isla, microcosmos de la condición humana, ofrece una perspectiva única para examinar las dinámicas de memoria y cambio.
Lanzarote enseña que, a pesar de las manchas y los desafíos, existe una belleza intrínseca en la resistencia y en la capacidad de adaptarse construyendo desde la cercanía, el diálogo y el respeto. La dualidad que impera en la isla entre lo local y lo universal, entre el pasado y el presente, invita a una reflexión profunda sobre la
manera de reconciliar nuestro acervo con las exigencias de un mundo multipolar en constante redefinición, sin olvidar de dónde venimos y quiénes somos.

 

TEXTO E ILUSTRACIÓN: DAVID MACHADO @davidmachadogutierrez