LAS TARDES DE JUAN

A Juan no le acompaña la soledad. Cecilia permanece a su lado, a pesar de que los domingos le ven caminar por el camposanto con tres rosas y un manojo de flores silvestres. Pero continúan juntos como él le prometió no hacía mucho, ya ella muy debilitada, sin apenas fuerza para mirarle. No, nunca la dejaría y él le seguiría contando a qué dedica todo su día, como le fue la pesca, qué comió y si los nietos pasaron por el campo a verle. Y es en ese paseo de tarde, cuando ya cansadas sus piernas, se sienta siempre en el mismo banco y mira de lejos al mar, con la mirada perdida y fumando sin apenas echar humo. A partir de ese momento, él habla con Cecilia y le cuenta. Y ambos pasan así la tarde, entre el murmullo de los que pasan y la brisa que corre en este cementerio cerca del mar.

Juan siempre fue un romántico. Conocía a Cecilia desde siempre; ya de niños fueron juntos a la única escuela del pueblo. Con apenas catorce años, él la sorprendía casi a diario con flores y por fin ella accedió a darle el SÍ a los diecisiete. Desde entonces, su vida en común transcurrió tranquila, con su trabajo en la pesca, sacando adelante a su único hijo, y dedicándose buenos ratos de cariño diario para que su matrimonio permaneciera puro como el primer instante. Y es que Juan ¡quiso tanto a su mujer!

Cecilia era una señora de carácter. Siempre le halagó que su marido apareciera por casa con flores sin motivo alguno. Quizás ella nunca fue tan detallista con él. Pero eso Juan no lo veía. Tan solo miraba el azul intenso de los ojos de su amada, que como él decía, “me recuerda al mar que baña mi islita, el que moja mis pies manchados de jable”.

Desgraciadamente, la vida no es para siempre y un día Cecilia enfermó de gravedad. Juan pasó las largas noches asido a su manita ya muy delgada, colocando paños mojados en su frente, y mandándole besos volados para no despertarla.

Hoy Juan, como cada tarde, se sienta en un banco, justo enfrente de la casona canaria. Se sienta y se masajea sus piernas cansadas, enciende un cigarrillo, y en voz alta, le habla a Cecilia.

No, Juan no es un viejo loco. Juan sigue queriendo que Cecilia viva a su lado. Juan, se pierde entre su soledad y sus recuerdos.