LA VIEJA DKW
Es al caminar cuando él, depresivo, tropieza con la certeza de lo que lleva ya andado y lo cansado que puede llegar a ser el pensar. Al mismo tiempo se descubre los pies ya mojados por esa ola traviesa que, descarriada, le empapa una y otra vez hasta que el mar la absorbe hacia dentro.
Y es que las tardes junto al mar estaban cargadas de soledad, mayor que por las mañanas, pues era en estas donde sufría por un oficio en el que ganar dinero para los demás era la meta y él debía de conformarse con apenas poder tener pan para la cena de cada noche. Su vida, era cierto, se hundía.
El caso es que no tenía un plan alternativo y por mucho que se devanaba los sesos, la obsesión de su pobreza no le dejaba cabida a otro pensamiento. Por aquel entonces, el escapar se había convertido en la mayor de sus obsesiones. El mar era su único desahogo.
Un día, cuando los demás trataban de soñar cosas irrealizables y mucho antes de que el sol asomara por el tamaral, subió a su vieja moto, cargando unos sueños empaquetados entre grandes deseos.
La moto, una DKW de los años treinta, sonó rancia y trasnochada, pero para él era la mejor de las músicas con tal de huir de aquello que tanto le acongojaba.
Quizás no debió de beber de esa botella que le ardía según tragaba, pues si bien le animó a dejar atrás cuarenta años de quebrantos y tribulaciones, ese destino incierto le llevaría a ninguna parte.
Apenas unos metros recorridos, una luz que no terminaba de alumbrar ningún camino y su visión alcoholizada, y su moto apareció sin saber cómo en el atracadero, que esa madrugada estaba especialmente mojado.
Nadie le vio caer al mar. Él no sintió angustia. Es más, le reconfortó sentir la frialdad del agua. A lo lejos, intuyó ver aquella ola traviesa que una y otra vez empapaba sus pies cuando él mojaba de lágrimas su desdicha.
Su moto fue encontrada por casualidad meses después por un pescador que enredó en ella sus aparejos. Vieja y oxidada, el cacharro fue reconocido por su esposa, pues había pasado demasiado tiempo entre ellos, medio tirada junto a las herramientas en el diminuto garaje.
Su cuerpo nunca fue encontrado. No se supo si se lo tragó el mar o quizás consiguió huir a otro mundo un poco más perfecto.
La ola traviesa, seguía arribando a la costa; en ocasiones, sin más afán que empapar aunque solo fuera la arena...
FOTO: FRANCIS PÉREZ www.francisperez.es
TEXTO: MARIO M. RELAÑO http://hisaetuvalu.wix.com/mariomrelano