LA VIDA BAJO LAS AGUAS
Cada vez que abría el grifo, se quedaba abstraído mientras el agua corría. Pasaba minutos enteros viendo perderse el chorro por aquel agujero infinito sin saber muy bien por qué lo hacía. Quizá era un trauma infantil que le angustiaba desde que una vez vio como su mundo se sumergía literalmente bajo las aguas del mar.
Hace varias semanas, pocos lustros después de que toda su vida quedase arrasada por aquella gran marea no vaticinada, decidió ponerse una escafandra prestada y, desde lo que antes era el pico más alto de la comarca, saltó a las frías aguas de ese mar aún más grande ahora de lo que parecía entonces. Las aguas estaban claras y con la ayuda de un foco que llevaba, pudo ver en el fondo, sumergida a sus pies, la ciudad donde nació y pasó su infancia. Peces de colores de todos los tamaños nadaban ante sus ojos muy por encima de las primeras torres que sobresalían entre verdes posidonias que movían sus brazos al ritmo que las corrientes imponían.
La que fuera la torre más alta, se encontraba ya bastante deteriorada y muy tupida de vegetales y corales. No la hubiera reconocido. No se parecía a aquella alta basílica que tanto llegaron a venerar sus antepasados. Animales acuáticos de todo tipo entraban y salían de ella nadando con descaro. Ahora era su ciudad. No reparó apenas en ellos porque era mucho lo que quería recordar viajando en el tiempo a través de sus calles anegadas. Bajar hacia el fondo era descubrir algo que ya se intuía, era comprobar que parte de la ciudad se había borrado para siempre.
Nadando entre aquellos recuerdos finalmente encontró la que había sido su casa durante los seis primeros años de su vida. Cascotes caídos bajo lo que parecía la entrada principal sepultaban el acceso y tan solo cuando miró a través de la ventana se dio cuenta de que aquello debía quedar olvidado para siempre. No había vida que recordar en ese lugar muerto.
Una especie de tsunami llegado sin que nadie previera, sepultó aquella villa costera una mañana de agosto. Olas tan gigantes como altos muros dejaron atónitas a todas aquellas personas que, minutos después, morirían ahogadas mientras el agua se levantaba ante ellos. Apenas nadie pudo escapar. Lo extraño del fenómeno fue que las aguas nunca volvieron a bajar. Todo aquello quedó arrasado y sepultado para siempre para convirtiéndose en una ciudad fantasma. Los cuerpos subieron a flote. Las vidas muertas entre la superficie y el fondo.
No hubo meteorólogo que supiera nunca explicar lo que sucedió aquella mañana.