INVENTANDO MI PROPIO MAR

Francis Pérez fotógrafo submarino y Mario M. Relaño escritor y poeta, fusionan su creatividad en esta sección.

Ni con todo el agua del mundo que me bebiese dejaría de sentir lo que las entrañas de este ingenuo alma trataba de mostrarme. Y es que de sucesivas pesadillas estaban formados mis sueños estas últimas noches de mi vida imaginada. Y sus voces desconocidas sumergidas, calladas, pero aún así sonoras, acumulaban verborrea suficiente como para expandir sus palabras más allá del fondo más profundo hacia la superficie.
Y es que el mar, lo mirases por donde lo mirases, era mucho mar. Y allí estaba ella, la tranquila tortuga toda chula, que chapoteaba solitaria entre ola y ola y que me servía de guía para no perderme entre aquellas compactas madreselvas mezcladas con auténticos corales. Porque ella, la tortuga chula, era lo único real de toda esta absurda historia inventada para no tener un segundo que pensar en lo que se me vendría encima si en cualquier momento despertaba.
La tortuga, mirando sorda, me hizo un gesto para seguir su trayectoria. Y yo, orgulloso pero perdido, dudé pero la seguí. ¡No podía ser de otra manera! Sacando la cabeza del agua vi la vida. Porque la vida no era mi pesadilla o mis historias inventadas. La vida era mucho más de lo que a mí solo me ocurría.

Y tenía que ser la tortuga la que me lo enseñase...
Fue al despertar cuando toda la realidad de mi mundo se me vino encima. El despertador sonó inoportuno, como de costumbre, cuando el alba no era aún siquiera alba. La tortuga de cerámica, colocada en mi mesita de noche, me miraba impertérrita mientras yo me desperezaba.
La ducha caliente era la que me desentumecía y el café, solo y sin azúcar, el que inyectaba la energía necesaria para mi próximo reto del día.
Era al salir de casa cuando veía que el mar, mi más fiel amigo, permanecía inacabado. Bordándose de olas, se erigía como de costumbre, temiendo yo que una intempestiva tormenta lo arrastrara lejos y tuviera él que recomenzar desde la primera ola.
Los meses pasaron rápido, como pasa la vida, y una de aquellas mañanas, tras la consabida pesadilla, al salir de casa, el mar no estaba tras la puerta como de costumbre y mi tortuga de cerámica me esperaba bajo los escalones mirando hacia el horizonte hoy incierto.
Pegada en la puerta encontré una nota anónima que decía: "no tengas prejuicios con los fondos marinos, sus voces, colores y diversidades. No por mucho soñar conseguirás tener tu propio mar"