la cultura del volcán

¿Cómo estudiar la vida y la cultura de los numerosos pueblos que desaparecieron hace trescientos años con Timanfaya? Hace ya décadas que el doctor en historia José de León Hernández se hizo esa pregunta. Era una cuestión trascendental para conocer el devenir de Lanzarote, pero a la que muy pocos se habían atrevido a buscarle respuestas.
El paisaje de las Montañas del Fuego llevaba ya tiempo siendo admirado como parque nacional por sus millones de visitantes anuales, pero poco se sabía de lo que había en esa zona antes de los volcanes del siglo XVIII. Se conocía el famoso diario del cura de Yaiza, Andrés Lorenzo Curbelo, y también algunos textos históricos anteriores, pero mucha documentación de los primeros siglos posteriores a la conquista en Lanzarote se perdió o se destruyó en las frecuentes incursiones de piratas y corsarios. Tampoco la pobreza y lejanía ancestral de la isla habían ayudado a generar grandes colecciones y solo existían unos pocos mapas y algunos datos dispersos en crónicas de la época.
El arqueólogo José de León, también conocido como Pepe el Uruguayo por ser hijo de la emigración conejera en ese país de Latinoamérica, ya estaba acostumbrado a excavar para buscar restos del pasado en yacimientos de diferentes islas y localizaciones, pero eso no se podía hacer en un terreno como el de las Montañas del Fuego, con metros y metros de dura lava petrificada superponiéndose a las antiguas aldeas. Parecía imposible, pues, lograr una imagen más cercana de ese 25% de la superficie que se tragaron las coladas
Frente a la avalancha de selfies que cada día depara Timanfaya, la fotografía de la antigua zona aparecía mucho más difusa. Ante esa situación, José de León tuvo que recurrir a múltiples fuentes, también orales, pero sobre todo consiguió ayuda en los protocolos notariales que se habían conservado. Esta documentación sí ha sobrevivido, pero es enormemente farragosa, porque se detiene en pormenorizadas descripciones de compraventas. Sin embargo, en los detalles de esas operaciones también se citan localizaciones, elementos arquitectónicos, lindes y datos que pueden ayudar a componer la imagen de lo desaparecido.
Al comprar una casa en la antigua aldea de Mazo, por ejemplo, el notario podía apuntar las medidas respecto a la montaña más cercana, las hectáreas de tierra cultivable o las casas que tenía al lado. Una compraventa en Tíngafa servía para revelar zonas de pastos, maretas o restos de casas hondas de los majos. En letra gótica o de cualquier otro estilo, los detalles de los escribanos hacían emerger las formas de pueblos como El Miradero, Tenemosana o Villaflor. Así hasta casi veinte aldeas que fueron sepultadas total o parcialmente. Algunos de los núcleos con más vecinos y mayor dinamismo económico del siglo XVIII en Lanzarote fueron pasto de las coladas en cuestión de pocos días.
Mediante esa recopilación de hormiguita, leyendo miles de legajos, José de León fue recomponiendo todo lo que se tragó la lava: casonas y viviendas humildes, ermitas y oratorios, charcos y fuentes, corrales y pajeros, terrenos agrícolas y zonas para el ganado… Un impresionante repertorio de patrimonio arquitectónico que incluía elementos tan claves para la isla como el puerto real que estaba en Janubio, el más destacado de la zona sur, o la cilla de grano de Chimanfaya. Pieza a pieza, durante años y años de paciente recopilación, este investigador fue montando un gigantesco puzle sin el cual hoy poco podríamos saber de esa gran parte de la historia de Lanzarote. Ahora conocemos mucho más de ese rico patrimonio material e inmaterial sepultado gracias a una investigación documental extraordinariamente compleja.

La metamorfosis de Timanfaya
La cultura del volcán. Cómo Timanfaya cambió la historia de Lanzarote (Ediciones Remotas, 2024) cuenta toda esa isla que desapareció en la primera parte del libro. En realidad, José de León ya había publicado mucha de esta información en una edición ya agotada de su tesis doctoral, Lanzarote bajo el volcán. La diferencia es que esta nueva versión de su trabajo se realiza con un lenguaje menos académico y más cercano al lector no tan especializado en investigaciones históricas. Además, La cultura del volcán aporta información más actualizada tras las últimas investigaciones y la reciente experiencia volcánica de La Palma, pero, sobre todo, este nuevo libro va más allá de 1730. La segunda y tercera parte de esta obra indagan en lo que ha ido sucediendo desde las erupciones hasta la actualidad. Un gran proceso de transformación que ha deparado muchas sorpresas y que cambió para siempre la historia de la isla.
El primer hito de esta metamorfosis fue la revolución de los enarenados, el ingenioso sistema agrícola que coge el lapilli o ceniza volcánica para incrementar los rendimientos de los cultivos. Ese uso de las arenas que expulsaron las erupciones lo cambió casi todo en el paisaje, la cultura y la economía de la isla, trayendo una fuente de ingresos: la del comercio del aguardiente y el vino que provenía de las viñas, totalmente inesperada, pero muy provechosa.
Lanzarote pasó de temer por la despoblación, a ver cómo en pocas décadas su demografía se duplicaba. Frente a creencias anteriores, el autor ofrece documentación que lleva a aseverar que el conocimiento del uso de la arena, el rofe o el lapilli, ya existía anteriormente en la zona del volcán de la Corona, aplicándose pronto al nuevo territorio. El éxito fue tal que se extendió a otras zonas.
Hubo más cambios trascendentales. La destrucción de aldeas obligó a realizar repartimientos de tierras que dieron pie a una nueva organización territorial y de poder. Este libro sostiene que núcleos tan importantes como Tías, por ejemplo, aparecieron tras las Montañas del Fuego, y que Arrecife aceleró su consolidación como consecuencia indirecta del éxito de los enarenados y el negocio del aguardiente y el vino.
El episodio volcánico también afectó a la mentalidad de la población de muchas maneras. Además de generar nuevas formas de vida, topónimos o leyendas, las erupciones provocaron que el patrón de la isla dejara de ser San Marcial, para pasar a ser la Virgen de los Dolores. El libro, como en otros aspectos, refuta teorías anteriores para aportar una visión más documentada sobre el inicio del fervor por esta figura.

Dentro de las Montañas del Fuego
La tercera parte del libro se adentra en un territorio aún menos conocido. Con la declaración de Timanfaya como parque nacional hace ya cincuenta años y las lógicas limitaciones a su acceso, se ha ido olvidando que ese espacio también fue utilizado por los habitantes de la isla, especialmente por los más humildes. Las gentes de las zonas circundantes, que ante la escasez de recursos de una isla como Lanzarote, agudizaron su inteligencia en busca de soluciones.
La primera reacción de las lanzaroteñas y lanzaroteños del siglo XVIII debió ser la de comprobar si había sobrevivido algo del antiguo territorio. No olvidemos los llamados “islotes”, que es como se denomina tradicionalmente en Lanzarote a la superficie que no fue cubierta por las lavas. Las coladas dejaron parches de distintos tamaños del antiguo territorio; esos islotes servían para plantar, para guardar el ganado, para cazar, para almacenar agua, para recolectar orchilla, juncos u otros elementos…
Hay islotes en muchas zonas del parque nacional, pero con el paso del tiempo la gente fue encontrando recursos más allá de estos restos. José de León refrenda con múltiples testimonios cómo los residentes de los pueblos más cercanos empezaron a aventurarse por los kilómetros y kilómetros de duro lajial: las campesinas escudriñaron chabocos o rincones para plantar higueras y otros frutales, los aldeanos abrieron veredas en medio de lo inhóspito, los pescadores fueron a buscar peces y marisco a la costa más salvaje, los cazadores se adentraron en medio del volcán en buscas de piezas… Hasta fuentes de agua dulce y restos de la cultura de los majos aparecieron por el reino de las lavas. La culminación de ese proceso antrópico fue su transformación turística y el reconocimiento de Timanfaya como parque nacional, un largo proceso que implicó a sectores tan variados como el de la ciencia, el arte, la literatura o el turismo, y que también es analizado en este texto.
Aunque en pleno siglo XXI el volcán sigue generando patrimonio cultural ligado a la industria del viaje, La cultura del volcán muestra como, dentro de sus límites, el parque posee centenares de ejemplos de patrimonio histórico: higueras, senderos tradicionales, restos aborígenes, elementos arquitectónicos del pasado, fuentes, aljibes, chozas, cuevas y ejemplos de muchos usos agrícolas y pesqueros.
Además de espectaculares cráteres, Timanfaya posee un patrimonio humano muy singular. El proceso de adaptación del sufrido isleño al nuevo territorio deparó unas formas culturales únicas, tanto para el patrimonio material (agricultura, pesca, ganadería, arquitectura, transportes, turismo…) como para el inmaterial (modos de vida, toponimia, religión, lenguaje, leyendas o la propia imagen de la isla).
El indisimulado objetivo final de este libro es homenajear a esa población más empobrecida y olvidada que sufrió los volcanes, pero que también supo resarcirse para buscar nuevas vías de supervivencia. Sucesivas generaciones de isleñas e isleños idearon llamativos métodos con los que relacionarse con los territorios por donde pasaron las coladas, encontrando sorprendentes fuentes de recursos en un territorio tan hostil. Lanzarote tiene un patrimonio humano ligado al “volcán” extremadamente singular. Este libro ayuda a conocerlo y a valorarlo.

 

 1) retrato de José de León realizado por Rubén Acosta. 2) Experimento de Pons Cano para generar electricidad en Timanfaya. Fotografía de Javier Reyes cedida por sus herederos. 3) Formación volcánica conocida como el Manto de la Virgen, ejemplo de toponimia moderna Fotografía cedida por los Centros de Arte Cultura y Turismo. 4) Imagen de la ermita de los Dolores en los años 30 del siglo XX. Imagen cedida por www.memoriadelanzarote.com 5) Fotografía cedida por los Centros de Arte Cultura y Turismo 6) Antonio Cabrera Lemes en la sima de Pedro Perico