Jameos, vida bajo lava

Alejandro Martínez García

Domingo. Casi medianoche. Desde Italia y tras una larga semana de trabajo científico, estoy solo delante de una página en blanco, imponente, clamando un texto periodístico que resuma en pocas palabras la importancia de nuestro trabajo en Lanzarote… Estos textos son para mí difíciles pero también fundamentales, pues considero parte del deber de cualquier científico compartir su trabajo, realizado con el apoyo de muchos y el dinero de todos, dinero público dedicado a nuestra investigación. Así que para daros las gracias y despertar vuestra curiosidad, he pensado que nada mejor que tres historias de tres diferentes momentos históricos de inframundo Majo, todas recogidas, aunque con un estilo diferente, en nuestro reciente libro sobre los ecosistemas anquialinos de la isla…

Cangrejos abisales a medio metro de profundidad.
Año 1890. Varios naturalistas austriacos liderados por el Profesor Oskar Simony entra en una poza medio cubierta, donde los habitantes de Punta Mujeres y Arrieta se reunían para hacer asaderos de palomas. Atónitos y presumiblemente acalorados por la diferencia de temperatura entre el malpaís isleño y los tórridos laboratorios del Imperio, no podían creer lo que aquellos pescadores lanzaroteños les señalaban. Ahí estaban los grillos blancos de los Jameos del Agua. Cientos de ellos entre las piedras de derrubio originadas por la formación de aquellos dos jameos, y en una poza de aguas turquesas, alimentándose de algas microscópicas y hojas de tabaibas muertas. Casi cayéndose al agua y tras varios intentos, el nervioso Oskar al fin pudo recoger algunos de aquellos animales en su pandorga de palo… Y mirándolo de cerca, pudo confirmar su sospecha inicial: ¡Aquello no era un insecto, como el nombre de grillo había sugerido! ¡Era un cangrejo!…Y menudo cangrejo. Sin lugar a duda se trataba de una nueva especie de cangrejo galateido, un grupo que hasta entonces solo se conocía de las profundidades más oscuras del mar. La criatura, medio anaranjada, se debatía entre los dedos del científico, quien lo introdujo con la piedad nublada por el asombro en un bote de alcohol. Esa criatura, ya de vuelta en Austria, fue bautizada por el científico austríaco Karl Koelbel como Munidopsis polymorpha, y hasta la fecha, es el único representante cavernícola de su linaje… y no solo eso… Hoy sabemos que su pariente viviente más cercano habita a miles de kilómetros bajo el mar, entre otro tipo de lavas: las de los humeros hidrotermales. ¿Qué hacía un animal así, en un sitio como este? Se preguntaba Oskar ya en su campamento, admirando aquel botito de cristal amarillento, y presumiblemente (aunque este dato nadie vivo lo pueda ya confirmar) tomándose un vasito de ron con el sol cayendo en el Atlántico.

Fósiles vivientes relictos en laberintos oscuros
Año 1983. Ya ha llovido desde Oskar… ¡incluso en Lanzarote! La laguna de los grillos, ahora conocidos como jameítos, ha sufrido una profunda transformación. La imaginación de un artista, César Manrique, la ha convertido en una zona de cohesión entre Arte y Naturaleza, fundiendo lavas oscuras, cales blanquecinas y plantas introducidas con el entorno incomparable de la cueva. Ya no quedan tabaibas llegando hasta el agua, pero el enclave es visitado por turistas de todo el mundo que, a diario y abrumados por la belleza del lugar, expresan su asombro en todos los idiomas del globo – al menos de nuestro lado del telón de acero. Pero los gritos de asombro que hoy resuenan en la cueva son diferentes. Un grupo de pioneros espeleobuceadores emerge del Túnel de la Atlántida, ya conocido como el tubo volcánico submarino más largo del mundo aunque aún se desconocía su final. Entre ellos está el científico Dr. Thomas M. Iliffe, quien atónito sostiene un botito de cristal de tapa blanca en el que serpentea una extraña criatura. Su colega, el profesor alemán Horst Wilkens, se acerca al borde del Jameo Chico nervioso, y tras recoger el pequeño tubo de las manos de Tom, no puede creer lo que ve. ¡un remípedo! ¡en el Atlántico Occidental!
El descubrimiento de los remípedos en cuevas de Bahamas en 1980 había revolucionado la zoología. Se trataba de un crustáceo segmentado, como un ciempiés, con todos los apéndices iguales y un escudo cefálico cuadrangular, sin ojos pero provisto de terribles garras venenosas. ¡Ninguna forma viviente se asemejaba a aquella extraña criatura! De hecho, lo más parecido jamás observado a aquella forma era un fósil desenterrado de una cantera texana y datado en 300 millones de años. Cualquiera puede imaginarse el revuelo. En una época en la que los recientes descubrimientos de fumeros hidrotermales dirigían todas las miradas y sueños de animales imposibles hacia los abismos del mar, alguien encontraba, en los abismos inundados de la tierra, algo así. No tardaron los zoólogos en llegar a la conclusión de que estaban ante un fósil viviente. Una criatura que había sobrevivido a las extinciones al resguardo de aquellas cuevas como un relicto del pasado. Pero, si eso era cierto… ¿qué hacía un animal de ese grupo en una isla de solo 15 millones de años, y tan lejos del Caribe? Tom, Horst y otros miembros del equipo probablemente se lo preguntaban aquella noche, mientras lo celebraban.

Gusanos imposibles vuelan en el Túnel de la Atlántida
Año 2010. Hace rato que el Centro Turístico ha hecho caja y cerrado sus puertas, pero uno de los guardas aún tiene que ayudar a salir al último grupo de turistas rusos, visiblemente contentos por haber descubierto aquella tarde la cerveza canaria. Los camareros recogen las jarras vacías y los platitos con huesos de aceituna, mientras uno de ellos le da una señal al grupo de buceadores españoles, mayoritariamente canarios, que esperan para empezar a montar sus equipos. “¿Cómo es el bicho ese?”, pregunta el buceador Enrique Domínguez al estudiante de biología Alejandro Martínez, “¿cómo lo cogemos?” “Es como un fideo con antenas, así blanco, sin ojos, y flota en la columna de agua”. Mientras Alejandro enseña un dibujo en el móvil, Ralf Schoenermark, Carola D. Jorge y Luis E. Cañadas van bajando las botellas hacia la entrada del Túnel de la Atlántida. Tras equiparse e intercambiar algunas bromas, primero las burbujas y luego los reflejos de las lámparas se desvanecen en la cueva… Otros dos buceadores, Antonio Martín y Juan Valenciano, esperan fuera del agua su turno para entrar a fotografiar la cueva.

Lo que nadie podía imaginarse es que aquellos pequeños animales filiformes, que con forma de jota colgaban del techo de la cueva, eran anélidos del grupo de los protodrílidos: un grupo de gusanos conocido exclusivamente entre los granos de arena de playas y sedimentos someros de todo el mundo. Un grupo antiquísimo, que ya vivía en esos microscópicos espacios con certeza antes de la aparición de los dinosaurios, e incluso se estipula que pueda ser anterior a la radiación que dio lugar a la mayoría de los artrópodos en el Cámbrico. Y como comprobaron Alejandro y su directora de tesis Katrine Worsaae con sus estudios de microscopía, ese animal no vivía en la cueva por casualidad: dotado de una aleta dorsal, unos apéndices bucales largos y unas bandas de cilios especializadas, el megadrilo pelágico es capaz de navegar las aguas del inframundo alimentándose de materia orgánica en suspensión…. y lejos de arrastrarse entre la arena, es capaz de nadar ondulando su cuerpo… Vaya, ¡estos bichos saben muy bien lo que hacen allí!. Y lo más increíble es que estudios genéticos indican que aunque la especie se originó de forma relativamente reciente dentro de su grupo, aunque es mucho más antigua que la cueva… ¿Qué fomentó al ancestro de esta especie, simple, cilíndrico y relegado a los espacios entre los granos de arena, a colonizar los crevículos de la lava, y aprender a nadar capturando su propio alimento? Se preguntan Alejandro y Katrine, en Copenhague, cuando intentan escribir la historia evolutiva de este inimaginable gusano…

A modo de conclusión, pero solo de momento
Estas tres historias aparentemente inconexas resumen los méritos que Lanzarote ha acumulado en los últimos 125 años para ser considerado como un laboratorio subterráneo natural por científicos de todo el mundo. Son historias del inframundo majo, que a los majos precedió y que los propios majos ignoraban. Algunas de estas historias eran sospechadas por los lanzaroteños que ayudaron a los científicos; otras fueron los científicos quienes se las contaron a los lanzaroteños, primero extranjeros y hoy, por primera vez, investigadores formados en las Islas… Pero quien quiera que haya tenido el placer de estos descubrimientos, todas han sorprendido ya a naturalistas y curiosos del mundo entero.
Si queréis saber más sobre este ecosistema podéis descargaros el libro “Guía de los Ecosistemas Anquialinos de Los Jameos del Agua y Túnel de la Atlántida”, que el Cabildo de Lanzarote y el Geoparque pone a vuestra disposición de manera gratuita en su página (http://www.geoparquelanzarote.org/)... Sin embargo, os adelanto que muchas de las preguntas que se derivan de estas historias aún carecen de respuesta, pero prometen fascinantes descubrimientos en los próximos años… ¿Existirá una conexión entre el subsuelo de Lanzarote y los abismos marinos a través de inexplorados laberintos subterráneos o de pequeños espacios inaccesibles hasta al ser humano más menudo? ¿Ofrecerán estos crevículos una explicación a la presencia de remípedos en lugares tan distantes del globo? ¿Serán las cuevas comparables a las islas oceánicas en el mundo terrestre, ofreciendo nuevas oportunidades de adaptación para la emergencia de nuevas formas biológicas? La imaginación nos tienta a la divagación, pero solo con trabajo, recursos y colaboración entre científicos de distintos ámbitos, conseguiremos que próximos libros recojan algunas respuestas… En eso estamos, y con eso me despido. No dejaremos de contarles a los que quieran saber.

 

Alejandro Martínez García
Investigador en el Consejo Italiano de Investigación