Esclusas

Luis Miguel Coloma

Salió de la bruma, me sonrió y siguió caminando. ¿Adónde vas? A ver una carrera de relojes. ¿Vienes conmigo? Me dan miedo. Siempre me lo acabo tomando como algo personal. Me miró. Y yo fui. Pocas veces aparece alguien así, de pronto, y te invita a posibles sonrisas. No la conozco. No la recuerdo. Igual viene de algún sueño errante. Tal vez se escapó de la vida de otro u otra. De alguien que se dejó la puerta abierta una noche sin luna.

Avanzamos y el recuerdo de sus palabras huele a desayuno de domingo. A flores de jacaranda y a tardes largas de junio. Saben a ven, quédate. A fotogramas capturados de un sueño huidizo. La carrera empezó hace rato. No participo pero voy el último. Mis manecillas están adormiladas por una nana cantada con voz dulce. Si corro puedo despertarme y entonces se esfumaría.

Sólo me mira. En silencio, me mira transfiriéndome toda la serenidad del lago de sus ojos. Agua quieta sin ondas. Sin peces ni barcas. Sólo piedritas en el fondo, redonditas y apacibles. Perdido en el tiempo, acepto su invitación sin palabras y me baño en la paz insondable de su silencio verde, intenso, cómplice, sincero.

Los demás relojes avanzan. A codazos, jadeantes, recortan segundos a los minutos, minutos a las horas. El mío duerme en los brazos que surgieron de la bruma. Del amanecer. Del recuerdo. De un sueño mío, o tal vez del de otra persona. De una vida anterior, quizás. O de la vida de otro u otra. Pero en ellos siento que me elevo. Salgo de mí con una sonrisa que se encarnó en posible y de repente la vida se me vuelve algodón de azúcar.

Todavía no me has dicho tu nombre, pienso que le pregunto. Sueño que no me responde. “Me gustan las noches sin luna, ¿sabes? Una vez la vi surgir, enorme y triste. Se sentó un rato entre los árboles del jardín y luego empezó a elevarse. Iluminó el mar pero poco a poco fue cayendo hasta que se hundió. Salió mucho humo. No volvió jamás. Me mira. Sólo sonríe.

Desde entonces te busco. Contemplo mil formas posibles. Tus ojos. Una flor que nace en una grieta del asfalto. Un viernes cualquiera. Tardes en los columpios. Un primer beso en la última fila del cine. Helado con pepitas de chocolate y el tiempo andando de nuevo. El tiempo que pasa y la bruma que vuelve.

Los sueños rompen en la orilla de cada mañana y la realidad los absorbe inexorablemente, murmuró. O tal vez fue mi inconsciente. El tiempo nunca se para. Se burla de ti. Juega. Te mece y te canta. Se esconde. Y mientras yo sigo encajado entre una puerta que se cerró y una ventana que todavía no se ha abierto.